jueves, 25 de febrero de 2016

Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida.

DEBES SABERLO pastoreen el rebaño que Dios les ha dado, velando por él, no por obligación, sino voluntariamente, como quiere Dios; no por la avaricia del dinero, sino con sincero deseo. 1Pedro 5:2

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EL CRISTAL POR EL CUAL SE VE

PUNTO DE VISTA

La aventura Comienza  en la Base de la Montaña

Dios  nos dio el poder de ver las cosas  para que las veamos como somos no para ver como son. 


No podemos subir hacia el resultado extraordinario si no contamos con recursos y con distinciones para movernos hasta la cima. Muchos han pretendido vivir en un nivel elevado con la misma manera de ser que tenían en la base.

Vemos cómo los alpinistas se preparan para no marearse cuando lleguen a la cima o estar lo suficiente listos para cada contingencia durante el ascenso. Sin embargo, los cristianos que buscan resultados extraordinarios en sus vidas, en sus familias, en sus iglesias y en sus organizaciones llegan allí después de una lucha tras otra, dejando muchas cosas libradas a las circunstancias y empujando en el sacrificio lo que solucionaría una mirada más aguda y una preparación para las alturas. Investiguemos, entonces, cómo se prepara un alpinista para llegar a elevarse.

Uno de los mayores riesgos que corren los alpinistas es el llamado «mal de altura» o «mal de montaña». Esto viene determinado por la disminución de la presión de oxígeno que se produce cuando aumenta la altitud. ¿Cómo ocurre?

Nuestro organismo produce una mayor cantidad de una sustancia, de moda en el deporte de elite, llamada eritropoyetina (EPO, que es su versión sintética). Esta hormona aumenta la cantidad de glóbulos rojos, que son los encargados de transportar el oxígeno hasta las células. El riesgo está en que la sangre se espesa y pueden sobrevenir congelaciones o infartos, a los que los alpinistas combaten tomando aspirinas (vasodilatador) y bebiendo mucho líquido.

Cuando lo analizamos, vemos que cada altura tiene sus riesgos:

  Dos mil metros: 
Algunas personas comienzan a padecer los primeros síntomas, sobre todo si existe un esfuerzo prolongado, así como ligeros mareos o náuseas y cansancio.

  Tres mil metros: 
A no ser que ya estén aclimatadas, se acentúan los mareos y las náuseas.

  Cuatro mil metros: 
Este es el umbral de las grandes alturas. A partir de aquí es imprescindible un proceso de aclimatación que es válido hasta los siete mil quinientos metros. Se producen dolores de cabeza, vómitos, mareos y malestar general, y se corre el peligro de infarto.

  Siete mil quinientos metros: 
Línea que define la llamada Zona de la Muerte. A partir de esta altura, la aclimatación no es eficaz, y el organismo sufre de un deterioro imparable, que es un grave peligro de cualquier tipo de edema.

En el Everest, la presión de oxígeno es apenas un tercio de la que hay al nivel del mar. En la vida cotidiana pasa lo mismo. Encontramos personas que en niveles bajos de responsabilidad o riesgo caminan y se mueven entre la gente o las circunstancias sin problemas. Sin embargo, en cuanto comienzan a subir en adversidad, responsabilidad o espiritualidad, empiezan los problemas. ¿Por qué? Porque no tienen el cuidado de subir con el suficiente oxígeno extra. Porque solo subieron por sus habilidades y no por su carácter. Porque lo hicieron por deseos de superación y no de ampliación interior. Porque lo hicieron para llegar alto y no para lograr una vida más elevada. Porque lo hicieron mirándose el ombligo y, desde el punto de vista físico, esa posición te deja siempre sin aire.

Hace poco se supo la historia de un alpinista español que fue uno de los pocos en llegar a la cumbre del Everest sin artilugios médicos ni oxígeno extra. Soportando temperaturas de treinta y cinco grados bajo cero, fuertes vientos y sometido a los efectos de la más terrible altitud, el hombre ascendió hasta los 8.850 m sin oxígeno artificial.

Su proverbial fortaleza física le permitió continuar la ascensión, a pesar de que antes de llegar al Segundo Escalón, el obstáculo más difícil de la arista nordeste del Everest, ya tenía la visión borrosa. Era parecido a lo que sufrían tres de sus compañeros. Estos decidieron retroceder, pero nuestro héroe siguió. Entonces, después de nueve horas de caminata para salvar un desnivel de solo quinientos cincuenta metros, llegó a la cima. Apenas un instante allí arriba para comunicarles a todos su éxito, emprendió el regreso.

Cuando llevaba recorrido el primer tramo de la bajada, se le acabó la gasolina. Exhausto, atacado por el mal de montaña, con principio de edema, serias afecciones en la vista y con una costilla rota, debido a un golpe que se dio con su piolet justo en el Segundo Escalón, le quedaba más de la mitad del camino hasta la seguridad del último campamento. Solo su carácter le impidió rendirse en la arista más alta del mundo y proseguir un descenso que estuvo a punto de costarle la vida. La preparación y el carácter le permitieron subir hasta las cumbres más altas y bajar con vida.

¿Cómo puedes prepararte para la travesía de subir cada montaña de desafíos que tienes por delante sin recurrir a agentes externos ni oxígeno prestado? ¿Qué debo tener en cuenta para que al llegar a la altura del éxito, o del logro, el mismo no se me torne en contra produciéndome «el mal de montaña»?

Puedes subir a la montaña que quieras si te preparas en ampliar la superficie de tu corazón, si eliges desarrollar un carácter basado en los principios de las Escrituras y no en las reglas de juego de un mundo despiadado. Puedes seguir en la montaña sin que te den nauseas, cansancio en general, vómitos, mareos, si decides forjar tu carácter en el mayor oxígeno que nuestros pulmones espirituales pueden recibir que es una íntima relación con el mayor de todos: el rey de Reyes y Señor de señores, Jesucristo, y preguntarte a cada instante que haría Él en tu lugar y en esa circunstancia. Con la bendición de Dios seremos capaces de subir a la cumbre del resultado extraordinario.

¿Cómo se llama esto en tu vida? ¿Qué cumbres tienes por delante? Todas se pueden escalar. No lo dudes. ¿Ya estás en una cumbre de servicio, de demanda, de relación íntima o de trabajo y te cansaste? ¿Tienes vómitos y te falta el aire? Respira el más grato soplo de vida que Dios tiene para ti que es su Espíritu en manifestación y mira a quien desde lo más alto se humilló hasta lo más bajo para poder darnos aire a todos, Jesucristo.

Entonces, cuando llegues a la cima, no intentes quedarte allí. Los alpinistas lo saben bien. Las cumbres son para disfrutar la ascensión y guardar en el corazón el paisaje, así como para juntar fuerzas para la bajada. Subir y bajar es parte de la vida del que camina por grandes desafíos.


Hacia la cumbre

En nuestra caminata hacia la cumbre, o las cumbres, de nuestra vida, iremos «incorporando» miradas, recursos, distinciones y principios en cada escalón que decidimos subir.

Entendiendo desde el principio que un criterio de educación es la transformativa y no acumulativa, muchos que llegan a este criterio procuran «saber» más y con ello creer que eso les permitirá elevarse. Sin duda, les permitirá ser mejores en el nivel de relación, de trabajo, en su manera de ser actual, pero para subir hay que transformarse…

La clave del éxito radica en un marco de aprendizaje transformativo. Uno de los ejemplos que más me gusta de aprendizaje transformativo y no solo de adquirir conocimiento es la historia del rey y el súbdito.

Cuenta la historia de un rey de la India que poseía uno de los palacios más hermosos y uno de los reinos más bendecidos de todo Oriente. En cierta ocasión, se le acerca uno de sus súbditos y le dice:

—Rey, quisiera conocer la clave para que, a pesar de tener todas estas posesiones y lujo, siga siendo una persona humilde, amorosa y de bendición para los demás. ¿Cómo ha logrado ser humilde en medio de tanto oro?

—Te lo revelaré si recorres mi palacio para comprender la magnitud de mi riqueza —le dijo el rey—. Pero lleva una vela encendida. Si se apaga, te decapitaré.

El súbdito comenzó su caminata por el palacio recorriendo todo el lugar lleno de belleza y esplendor con la vela en la mano. Al final del paseo, el rey le preguntó:

—¿Qué piensas de mis riquezas?

—No vi nada. Solo me preocupé de que la llama no se apagara — respondió el súbdito.

—Ese es mi secreto —le respondió el rey—. Estoy tan ocupado tratando de avivar mi llama interior, que no me interesan las riquezas externas.

El súbdito «puso» esto en su cuerpo, es decir, «incorporó» la enseñanza. Si el rey le hubiera contado los «cómo» de su humildad y su hombría de bien, es probable que esto hubiera llegado a la mente del súbdito, pero eso no nos asegura que hubiera llegado a su corazón. La Palabra misma lo dice así:

Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida.

Proverbios 4:23

Según y como uno es en el corazón, así somos en realidad. Además, en este contexto podemos agregar que de acuerdo a lo que uno tiene en su corazón, así mira. El rey se aseguró de ayudar a su súbdito con el fin de que incorporara una enseñanza que le permitiera subir a un nivel diferente.

Muchas veces acumulamos principios increíbles, o maneras de actuar que de seguro cambiarían nuestra vida y nos llevarían sin escalas hacia una vida elevada. Sin embargo, no los podemos aplicar, ni los podemos llevar a nuestro diario vivir. Lo intentamos un par de días hasta que queda en el olvido, pues lo pusimos en la memoria, pero no en el cuerpo.


Es hora de aprender

El siglo XX se fue con todas sus pompas. Nos hizo creer que trabajó de manera denodada para preparar un mundo mejor, pero los que vivimos en el siglo XXI sabemos que no tenemos un mundo mejor, sino un mundo distinto. Entre uno y otro hay claras diferencias.

En el siglo XX debíamos dedicar años de nuestra vida a estudiar para luego ejercer. En cambio, en el siglo XXI se vive en el aprendizaje constante. Esto se debe a que no es un mundo que haya cambiado y después se haya estabilizado, sino a que se dio inicio a un proceso de cambio constante que exige un aprendizaje constante.

El aprendizaje no se resume en acumular conocimiento que, cuando se expone, se certifica con un diploma. Más bien es un río fluyendo donde cada día incorporas nuevas observaciones, nuevos logros, nuevos resultados. No creemos en el tiempo de solo seguir una carrera, sino en el que debemos «estar en carrera» viviendo cada día como el primero y no como el último.

Nos encontramos con muchas personas con una preparación excelente para un mundo que ya no existe. Salen a la vida en busca de aplicar su conocimiento acumulado y creyendo que terminó la hora de aprender. Entonces, descubren que cambiaron las reglas del juego y que si bien la información recibida es muy útil, no les resulta suficiente.

Debemos generar espacios con Dios. Comprometidos a esta relación y espacio, iremos recorriendo y aventurándonos por el entorno de una imagen que representa y enmarca cada uno de los puntos de la carrera hacia la cima. Luego, a través de esta imagen, iremos viviendo la experiencia de aprender…

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