miércoles, 5 de agosto de 2015

Porque no son los oidores de la Ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la Ley serán declarados justos.


CONSTRUCCIÓN DE SERMONES
ROMANOS 2: 1-12
1        Por lo cual eres inexcusable, oh hombre (todo el que juzga), pues en lo que                 juzgas al otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas practicas las                     mismas cosas.
2       Y sabemos que el juicio de Dios sobre los que practican tales cosas, es según             verdad.
3       ¿Y piensas tú, oh hombre, que juzgas a los que practican tales cosas, y las                   haces, que escaparás del juicio de Dios?
4       ¿O menosprecias la riqueza de su benignidad, de su tolerancia y de su                           longanimidad, ignorando que la benignidad de Dios te guía al arrepentimiento?
5        Pero según tu dureza y tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira               para el día de ira y de la revelación del justo juicio de Dios;
6        el cual pagará a cada uno conforme a sus obras:
7        Vida eterna a los que perseverando en hacer el bien, buscan gloria, honor e                 inmortalidad;
8       pero ira y enojo a los que, por egoísmo, desobedecen a la verdad y son                         persuadidos por la injusticia;
9       tribulación y angustia sobre el alma de todo hombre que obra lo malo, del judío           primeramente, y también del griego;
10      pero gloria, honor y paz a todo el que obra lo bueno: al judío primeramente y               también al griego,
11      porque ante Dios no hay acepción de personas.

Los que oyen y los que hacen

12      Porque todos los que sin Ley pecaron, sin Ley también perecerán; y todos los             que en la Ley pecaron, por medio de la Ley serán juzgados.
13      Porque no son los oidores de la Ley los justos ante Dios, sino los hacedores de           la Ley serán declarados justos.
14      Porque cuando los gentiles, que no tienen Ley, hacen por naturaleza cosas de             la Ley, éstos, no teniendo Ley, son ley para sí mismos;
15      los cuales muestran la obra de la Ley escrita en sus corazones, dando                          testimonio juntamente su conciencia; y acusándolos o defendiéndolos sus                   razonamientos
16      en el día en que Dios juzgue por medio de Cristo Jesús los secretos de los                   hombres, conforme a mi Evangelio.

INFORMACIÓN

El juicio de Dios y el crítico 
(Romanos 2:1–16)

El juicio de Dios:
a. Es universal y a la vez individual (vv. 1, 6, 9, 10). “Quienquiera que seas” (v. 1); “cada uno” (v. 6); “todo ser humano” (v. 9). Judíos o gentiles. Religiosos o no (vv. 9–10).

b. Según verdad (v. 2). Como lo expresa Sal. 96:13. “Jehová … vino a juzgar … los pueblos con su verdad”. Lo mismo se afirma en Ro. 3:4: “Sea Dios veraz y todo hombre mentiroso”. El juicio será según la verdad, no según la apariencia de las cosas. “Sabemos” (v. 2), es decir, es algo admitido por todos. Tenemos el conocimiento general de que Dios no se puede equivocar al juzgar. No se extraviarán los expedientes, ni serán robados como tantas veces ha sucedido en la justicia humana. Tampoco habrá omisiones en cuanto a los hechos analizados. Ni podrán presentarse falsos testigos. En todos los casos la justicia de Dios utilizará como medida no alterada, “la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad”.

Ilustración: Así como nosotros utilizamos el sistema métrico decimal y referimos a eso toda medición que hacemos, también Dios referirá todo juicio a la medida de la verdad. El juicio será para “los que practican tales cosas” mencionadas en 1:18–32. Siendo que Dios juzga según la verdad, “Dios hace bien cuando condena a los que hacen mal”. ¿Qué serio es esto para una humanidad que está habituada a falsear la verdad!

c. Inevitable (v. 3). “No escaparás”. Ninguna excusa será válida para escapar del juicio de Dios.

d. Según la culpa acumulada (v. 5). El despreciar las oportunidades que Dios brinda para el arrepentimiento, significará acumulación de culpa. Se presenta la figura de una riqueza proveniente de Dios que es malgastada por el hombre, a raíz de lo cual acumula un tesoro de ira que se descargará sobre él. ¡Qué funesta transacción! ¡Qué situación triste para quienes se jactan de ser mejores que otros, la de encontrarse en el juicio con un depósito de ira acumulado por ellos mismos!

e. Según las obras de cada uno (v. 6). “Pagará a cada uno conforme a sus obras”. La retribución en el juicio será justa. No habrá ensañamiento sino misericordia, según lo dice Sal. 62:12, cuyas palabras están citadas en el v. 6. El pago será positivo, en retribución de lo bueno que se hubiere realizado, como también negativo, en retribución por el mal que se haya hecho o por el bien que se haya omitido hacer. Será una retribución o medida exacta. No será más, ni tampoco menos. Estará en relación directa con lo hecho (como en 1 Co. 5). (Ver al final de este capítulo la nota explicativa “Juicio según las obras—Justificación por la fe”.)

f. Ecuánime (vv. 9, 10). Se tendrá en cuenta los privilegios gozados. Los primeros que escucharon el evangelio (judíos) (1:16), serán los primeros en ser condenados por no aceptarlo (2:9, 10), pero también serán los primeros en recibir la bendición en el caso de aquellos que sí lo aceptaron.

g. Imparcial (v. 11). Sin acepción de personas. Dios juzga a todos con la misma medida, sobre la misma base. Dios no es parcial al tratar con los hombres, sean judíos o gentiles.

h. Según la luz que cada uno haya recibido (vv. 12–16). Los gentiles que no tuvieron una ley escrita, como la que tuvieron los judíos, serán juzgados sin ley escrita. No dice que serán salvados por no haber tenido ley, sino que perecerán sin ley. Aunque no tuvieron una ley escrita, tuvieron sus razonamientos (v. 15) que se enfrentaron unos con otros y les permitieron discernir lo correcto de lo incorrecto. Tuvieron la obra de la ley escrita en sus corazones (v. 15), algo así como un modelo interior con el cual comparar cada uno de sus actos encontrando unas veces aprobación y resultando otras veces reprobados. Algunos gentiles hacen ciertas cosas (no todas) que manda hacer la ley de Moisés (v. 14), tales como ser honestos, etc. 

La expresión “son ley para sí mismos” (v. 14) equivale a decir: demuestran que ellos conocen lo que debería o no hacerse. Esto prueba que Dios ha dado a la humanidad la luz de la conciencia y de un sentido moral. Sin embargo, no se ha encontrado ningún gentil que no haya actuado en forma contraria a la luz de su propia conciencia. La continuación del pensamiento del v. 15 en el 16 sugiere que cuando estén delante del tribunal de Dios, comparecerán también delante del tribunal de su propia conciencia. Y así admitirán la rectitud del juicio de Dios acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos. Estos hacen las veces de defensores o acusadores, diciéndoles algunas veces, ‘hiciste mal’, y otras veces, ‘hiciste bien’. Algunos comentadores sugieren leer el v. 16 a continuación del v. 13 y luego, a modo de explicación, los vv. 14 y 15.

i. Personal (v. 16). Esto es con referencia a Dios. El juicio será por medio de Jesucristo. Dios no delegará el juicio en nadie. Lo hará El mismo por medio del Dios Hombre, Jesucristo, a quien designó de antemano para ese fin (Hch. 17:31).

j. Conforme a mi evangelio (v. 16). Se refiere al evangelio de justificación por la fe que presenta Pablo en Romanos. El evangelio provee la garantía más absoluta de que el que cree en Jesucristo no vendrá a condenación mas ha pasado de muerte a vida (Jn. 5:24), pero también advierte que el que no cree ya ha sido condenado (Jn. 3:18).

Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo (1). 

Pablo aquí se dirige a sus lectores en el estilo antiguo de diatriba. Durante todo el curso de la Epístola será más fácil seguir su argumento si nos imaginamos al Apóstol cara a cara con un gritón que interrumpe su argumento de vez en cuando con una objeción que Pablo entonces procede a contestar, primero con una amonestación de “¡No lo permita Dios!” (“¡Ni siquiera se piense en ello!”), y luego demoliéndolo con una contestación razonada.

Por lo cual (1) señala el principio de una transición de los gentiles a los judíos. No es sino hasta el verso 17 que Pablo se torna específicamente al problema de los judíos; aquí, como en los versículos 9–10, 12–16, su pensamiento es igualmente aplicable a gentiles y a judíos. Si bien él indudablemente está pensando primordialmente en los judíos, estructura su argumento usando términos que son suficientemente generales para incluir a otros que también critican las costumbres perversas delineadas en la sección precedente. Al traer a la puerta de los judíos la culpa de éstos, Pablo establece primero los principios generales de juicio, los que él procede a aplicar con notable efecto al judío en los versos 17–29.

F. F. Bruce ve al moralista estoico Séneca, contemporáneo de Pablo y tutor de Nerón, como el representante de otro lado del mundo pagano del primer siglo. Séneca escribió con tanto éxito de la vida buena que Tertuliano dio en llamarlo afectuosamente “nuestro propio Séneca”. Este filósofo no sólo exaltó las virtudes morales sino que también denostó la hipocresía y vio el carácter saturador del mal. “Todos los vicios” escribió Séneca, “existen en todos los hombres, aunque no todos los vicios sobresalen prominentemente en cada hombre.” 

El moralista enseñó y practicó el autoexamen cotidiano, ridiculizó la idolatría vulgar, y adoptó la función de un guía moral. Empero frecuentemente toleró vicios en sí mismo, vicios que no eran tan diferentes de los que condenaba en los demás—el más flagrante de los cuales fue su complicidad en el asesinato de Agripina, la madre de Nerón, a manos de éste.

Sin embargo, Pablo está pensando primordialmente en el judío aun en esta sección, y tal cosa es evidente por la repetición de su frase, el judío primeramente y también el griego (9–10). 

Murray aduce un convincente argumento en pro de identificar al contrincante de Pablo como un judío. 

(1) La propensidad a juzgar a los gentiles por su perversidad moral y religiosa era una característica peculiar del judío, quien estaba hondamente consciente de su elevado privilegio y prerrogativa, de ser miembro de la comunidad escogida de Israel. 

(2) La persona a quien Pablo se dirige disfruta en una forma especial de las riquezas de (la) benignidad (de Dios), su paciencia y longanimidad (4) como un privilegio del pacto. 

(3) El argumento de Pablo es en dirección de que un privilegio o ventaja especial no libra a quien lo tiene del juicio de Dios (vv. 3, 6–11). (4) Finalmente, “la declaración expresamente dirigida al judío en el verso 17 sería muy abrupta si ésta fuese la primera vez que el judío está directamente enfrente, mientras que si el judío es la persona a quien se dirige la palabra en los versículos precedentes, entonces la identificación más expresa o definitiva en el verso 17 es natural”.

Por lo cual (dio) conecta el argumento de Pablo con 1:32a, “quienes habiendo entendido el juicio de Dios”. “Los hombres conocen el veredicto de Dios contra pecadores tales como los que son descritos en 1:29 ss.; por lo cual el hombre que juzga demuestra que él mismo queda sin excusa, puesto que él peca [también], y con el acto de juzgar demuestra que sabe lo que es correcto.” Inexcusable nos hace regresar a 1:20. Así como el hombre que “detiene con injusticia la verdad” (1:18) “no tiene excusa” (1:20), asimismo carece de ésta el que juzga a otro y sin embargo hace lo mismo. 

El juez no tiene excusa si comete el mal, pues como juez conoce la ley—entre todos los hombres él es quien no puede aducir ignorancia. Aquí está el hecho de la conciencia, que será discutida más cabalmente en los versículos 14–15. La perversidad del corazón humano es revelada en su tendencia a condenar a otros por aquello que se permite hacer a sí mismo. La clave del capítulo 2 es la última cláusula del verso 1. 

El juez que se ha autonombrado está haciendo las mismas cosas que condena; o sea que se niega a darle honra a Dios o a darle gracias, y “alardea de ser sabio” (cf. 1:21–22, NVI). En el fondo de todos los pecados del catálogo anterior yace el pecado de la idolatría, que revela la ambición humana de poner el yo en lugar de Dios. Esto es precisamente lo que hace el juez cuando se apropia del derecho de condenar a su prójimo.

Con intuición característica, Karl Barth observa: “Emerge de la justicia del Dios de los profetas la justicia humana de los fariseos, la cual es por ende impiedad e injusticia.” Pero también, de la justicia de Dios revelada en el evangelio la justicia humana basada en el mismo yo puede emerger. 

El fariseo se alberga en cada uno de nosotros: “Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres” (Lc. 18:11). “El orgullo en todas sus formas, la vanidad, el egoísmo, la complacencia espiritual, una religión autocentrada, el fariseísmo que es bondad y empero es una bondad falsa—todas estas formas de mal moral son más propensas a aparecer en aquellos cuyas vidas son virtuosas y disciplinadas.” Este es el espíritu del hermano mayor que nuestro Señor condenó con su parábola de los dos hijos (Lc. 15:25–32). 

El orgullo y la censura espirituales nos separan del amor de Dios tanto como lo hacen el adulterio y el robo. Eso es lo que Jesús enseñó y eso es lo que Pablo advierte aquí. El único antídoto para tal justicia propia es el reconocimiento de que, tal como lo expresara el himnólogo, “nuestra esperanza se levanta sobre nada menos que la sangre y la justicia de Jesús”, y que cualesquier bien que se pudiera encontrar en nosotros se debe enteramente a la gracia de Dios y no a lo que nosotros hayamos hecho (1 Co. 15:10; Ef. 2:8–9; Fil. 2:12).

El verso 2 debe ser interpretado como la observación del interlocutor que objeta. Moffatt por lo tanto escribe la frase dentro de comillas: “ ‘Nosotros sabemos que el juicio de Dios cae justamente sobre todos los que practican tales vicios.’ ” O sea, el juicio de Dios es imparcial (cf. 11). En el verso 3 Pablo concuerda: “Muy bien; ¿y te imaginas tú que escaparás del juicio de Dios, oh hombre, tú que juzgas a todos los que practican tales vicios y haces lo mismo tú mismo?” (Moffatt). 

El segundo “tú” es enfático, como si dijera: “¿Te imaginas que tú, de todos los hombres, escaparás?” El que objeta sin duda había imaginado tal cosa puesto que no había sido abandonado a “una mente reprobada” (cf. 1:28–32), la señal de la ira de Dios sobre los gentiles. “El era más bien el objeto de la bondad de Dios. Pero este era un privilegio que el que habla así había entendido erróneamente. Ahora recibirá iluminación.”

¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad? (4). La tendencia de los judíos era aceptar estas actitudes divinas como una prueba de la parcialidad divina en favor del pueblo escogido. El Libro de Sabiduría, que Pablo parece estar siguiendo muy de cerca al escribir toda esta sección, nos ayuda a entender la fuerza cabal de la acusación apostólica. Al final de Sabiduría 14 encontramos una lista de vicios paganos muy parecidos al catálogo escrito por Pablo en 1:29–31. 

El escritor continúa: “Pero Tú Dios eres lleno de gracia y verdadero, paciente y en misericordia dispones todas las cosas. Pues aun si pecamos somos tuyos, conociendo tu dominio; pero no pecaremos, sabiendo que somos considerados tuyos: pues conocerte es la justicia perfecta, sí y conocer tu dominio es la raíz de la inmortalidad. Pues tampoco nos extravió ningún diseño de los hombres, ni la labor estéril de los pintores, una forma manchada con varios colores [ídolos]” (Sabiduría 15:1–4). Este pasaje describe al crítico en quien está pensando Pablo. Es alguien que se considera superior al idólatra. Aun si peca, evita el pecado fundamental de la idolatría; pertenece al pueblo escogido, y por ende puede estar seguro de (su) salvación. Pero Pablo está diciendo que esto “es interpretar erróneamente la generosidad y la misericordia paciente de Dios” (4, Phillips). 

Tal autosatisfacción espiritual yerra enteramente al no ver el punto de la paciencia divina. “¿No te percatas de que esta bondad de Dios quiere conducirte al arrepentimiento?” (4, NVI.). Se nos ha dado el poder de juicio moral, no para censurar a nuestros prójimos, criaturas como nosotros, sino para juzgarnos a nosotros mismos y al hacerlo ser conducidos al arrepentimiento y a regresar a Dios. “El conocer el bien no nos proporciona el derecho a la indulgencia divina. El hecho de que la hora del juicio divino no haya sonado no significa en manera alguna que Dios nos juzgue favorablemente. El conocimiento del bien es una de las condiciones del arrepentimiento; la segunda es el tiempo de espera que nos concede la paciencia de Dios.”

El judío, entonces, sabe que Dios es bueno y misericordioso. Pero a la luz de la bondad divina exhibe dureza y un corazón no arrepentido (5). Esto “le saca de la esfera de la gracia divina, tan seguramente como lo haría el pecado de idolatría prevalente entre los paganos.” El menospreciar las riquezas de la misericordia divina es atesorar ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios. 

Aquí la ira es invocada sobre el judío crítico tal como había sido invocada sobre la humanidad en general en 1:18. Los dos pasajes son paralelos. Hay sólo una diferencia entre ambos—contra los gentiles la ira se está revelando ahora, en tanto que la tempestad se está gestando para los judíos. El momento en que la tempestad se desencadenará sobre ellos es llamado por Pablo el día de la ira. 

Esta frase nos regresa a los profetas del Antiguo Testamento. “Ese día es un día de ira, un día de dificultades y angustia, un día de ruina y desolación, un día de oscuridad y pesadez, un día de nubes y de profunda oscuridad” (Sof. 1:15; cf. Jl. 2:2 y Am. 5:18). Al añadir la palabra revelación Pablo insinúa lo que este día de la ira será: la manifestación de la justicia de Dios.

En los versos 4–6 vemos “La Longanimidad de Dios”. (1) El hecho lleno de gracia, 4a; (2) El abuso, 4–5; (3) La misericordia es agotada, 6; (4) El propósito, 4b.

La diferencia entre la revelación de la ira en el capítulo 1, donde es un proceso observable en la experiencia de la humanidad, y el día de la ira que tenemos aquí, y que es un evento del fin del tiempo en el futuro, no es tan grande como parece. 

Son solamente dos maneras de ver el mismo hecho. Así como la salvación anticipa la manifestación final de la justicia de Dios (véanse los comentarios sobre 1:16–17), asimismo la manifestación presente de la ira de Dios entre los gentiles anticipa el día del juicio final (véanse comentarios sobre 1:18). “El punto principal que Pablo quiere impresionar en nosotros es que, como quiera que la ira es revelada, no hay una diferencia básica entre el judío y el pagano cuando es revelada. 

El orden moral es uno; sus leyes operan uniformemente.” Habrá tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego, pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego; porque no hay acepción de personas para con Dios (9–11). Cuando el juicio ocurra, el ser miembro del pueblo escogido o el profesar cierta superioridad moral no tendrá consecuencia alguna. El juicio de Dios… es según verdad (2), o sea, de acuerdo a la realidad.

Dios pagará a cada uno conforme a sus obras (6). Aunque Pablo no hace aquí una cita directa del Antiguo Testamento, da por sentado que sus lectores entenderán su declaración como tal (cf. Sal. 63:11; Pr. 24:12; Jer. 17:10; 32:19; Job 34:11). “No el oir la ley, ni el ser el orgulloso y privilegiado poseedor de ella, sino el hacerla es lo que cuenta.”71 Pero esto tampoco implica contradicción alguna de la doctrina paulina de la justificación gratuita “por fe sin las obras de la ley” (3:28). La fe que justifica es una “fe que obra por el amor” (Gá. 5:6). Aquí la enseñanza de Pablo sigue un paralelo cercano al pensamiento de Santiago: “la fe sin obras es muerta” (cf. Stg. 2:14–26). A menos que nuestra fe sea una fe viviente y amante que ha producido una cosecha de justicia, no es fe justificadora (cf. Fil. 1:9–11). Los versos 7 y 8, que forman una copla equilibrada, aclaran bien la idea.

Pablo trata primero con aquellos que tienen la esperanza de vida eterna (7). “Esto es lo opuesto a la corrupción (Gá. 6:8), y describe no la beatitud de la vida cristiana en este mundo sino la más grande beatitud de la vida más allá del juicio final.” Será otorgada a aquellos que perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad. El término traducido perseverando (hypomonen) puede ser traducido “continuación paciente” o bien, “constancia” (NVI). Está relacionado estrechamente con la esperanza (cf. 8:24–25; 1 Co. 13:7; 1 Ts. 1:3). “Sugiere una disposición a mirar más allá del momento presente, para ver el significado cabal del presente, y en particular, de las cosas que los humanos hacen en el presente, no en ellos mismos sino en el futuro, o sea (para uno que contempla el futuro en la manera bíblica), en Dios.” 

Estos así descritos por Pablo trabajan con constancia paciente pues esperan en Dios para la recompensa de sus labores. Gloria y honra y paz son términos escatológicos, y por ende son exclusivamente los dones de Dios. “La recompensa de la vida eterna es, entonces, prometida a aquellos que no consideran sus buenas obras como un fin en sí mismas, sino que las ven como señales no de logros humanos sino de su esperanza en Dios. Su confianza no está en sus buenas obras, sino en Dios, la única fuente de gloria, honor e incorrupción.”

La segunda mitad de la copla trata de aquellos cuya recompensa es ira (orge) y enojo (thymos, 8). ¿Quiénes son esas personas? Son los contenciosos (eritheia) y (los) que no obedecen a la verdad. La traducción de la Reina-Valera da por sentado que eritheia se deriva de eris (“contención”), lo cual es falso. Sanday y Headlam correctamente ven eritheia como un derivado de erithos (“un asalariado”), del cual se forma eritheuein (“portarse como un asalariado, trabajar por salario, portarse o mostrar el espíritu de un asalariado”). La traducción de la NVI (“a los que por su obstinación egoísta”) y la de la NEB (“aquellos que son gobernados por ambición egoísta”) reconocen la verdadera derivación de eritheia. Bruce parafrasea así: “Aquellos que no tienen meta alguna más allá de sus intereses propios.”

Los que experimentarán la ira y el enojo divinos son aquellos que contemplan sus buenas obras como logros de ellos mismos, por los cuales esperan pedir y recibir el favor de Dios. Esto los hace tan desobedientes a la verdad (del señorío soberano de Dios), y tan inclinados a la injusticia (rebelión contra el Creador, 8b) como las personas de 1:18, contra las cuales la ira de Dios se ha revelado. Ellos también serán objetos de la ira y enojo de Dios.

Barrett da un resumen muy útil de la posición de Pablo:

  El análisis de obras presupuesto por los versículos 7 ss. tiene la importante consecuencia de disolver la barrera entre el judío y el gentil. El primero ya no tiene el privilegio exclusivo de hacer buenas obras en obediencia a la ley revelada. El “bien” que Dios recompensará no consiste en “las obras de la ley”, sino en una búsqueda paciente, en ver más allá de la actividad humana a su complemento divino; el “mal” que Dios castiga podría incluir buenas acciones, “obras de la ley”, consumadas en un espíritu servil y con el propósito de hacer ganancia.

En los versos 12–16 Pablo contesta una objeción que pudiera justamente ser aducida a su conclusión de que los judíos y los gentiles son iguales delante de Dios. La diferencia entre judío es mucho más que un asunto de raza; es un asunto de revelación. Dios, a través de Moisés, le dio la ley a Israel; los gentiles nunca tuvieron este privilegio. Sin embargo, la objeción no puede quedar sin ser contestada. En 1:19–32, Pablo ya demostró que el gentil sin el beneficio de la revelación especial es culpable de un acto responsable de rebelión contra el Creador a la luz o en vista de la revelación general de Dios en la naturaleza. En la misma manera, la falta de una ley revelada no excusa en forma alguna al gentil del juicio. Porque todos los que sin ley han pecado, sin ley también perecerán (12). Los judíos estarían de acuerdo con esto. 

Pero Pablo sigue adelante: Y todos los que bajo la ley han pecado, por la ley serán juzgados. “La mera posesión de la ley no le da al judío posición alguna de ventaja; meramente determina la norma por la cual él será juzgado.” Porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados (13). Es importante observar el sentido en el que Pablo está pensando en ser justificados en este pasaje. “Este pasaje se refiere sólo a la sentencia, sea de condenación o de absolución, que es pronunciada en el juicio final.” Esto es lo que Juan Wesley llama justificación final, en distinción de la justificación evangélica, que es por la fe solamente (cf. 3:24–28).

Ahora Pablo regresa a su declaración inicial en el verso 12, la cual, tal como está parece estar sujeta a la objeción. ¿Cómo puede el juicio ocurrir sin ley? El hecho es que los gentiles no están sin ley. Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos (14); por ende la posibilidad del pecado y del juicio. La expresión ley para sí mismos no significa lo que nosotros sugerimos cuando decimos que un hombre es su propia ley. En realidad significa exactamente lo opuesto a ello, o sea que ellos mismos, por razón de lo que está implantado en su naturaleza, son criaturas moralmente responsables. 

Como Meyer lo expresa: “Su naturaleza moral, con la voz de la conciencia que manda y que prohibe, suple a su propio Ego el lugar de la ley revelada que los judíos poseían.”
La construcción implica que los gentiles algunas veces hacen “las cosas de la ley” (NASB, “hacen por naturaleza lo que la Ley prescribe” NVI.). Por naturaleza (physei) significa que “espontáneamente tienen suficiente conocimiento de lo que Dios quiere o prohibe” para hacer de vez en cuando lo que la ley requiere. Aquí Pablo se acerca a los moralistas griegos. Plutarco pregunta: “¿Quién gobernará al gobernador?” y contesta: “La ley, el rey de todos los mortales y los inmortales, como Pindaro la llama; la ley que no está escrita en rollos de papiro o en tablas de madera, sino (la) que es su propia razón dentro del alma.”86 En forma similar Aristóteles escribe: “El hombre cultivado y de mente libre se portará de tal manera que será una ley para sí mismo.” Los estoicos hablan de esta ley interior como “la ley de la naturaleza”. 

Su enseñanza era que, así como el universo en sí mismo es racional, cada individuo participa del logos o razón universal. Por ende, el bien y el mal son determinados para el hombre por la ley de la naturaleza humana. El hombre, siendo racional él mismo, es capaz de discernir esta ley y de vivir de acuerdo a ella. Lo que es “natural” en este sentido es correcto. La conciencia de un hombre reconoce la inmanente ley de su naturaleza y juzga sus acciones de acuerdo a esta norma.

El pensamiento de Pablo definitivamente se acerca a lo anterior en sus siguientes palabras: Mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos (15). Pablo no dice que la ley misma está escrita en el corazón de los hombres, sino que la obra de la ley (to ergon tou nomou), o “los efectos” o “las demandas de la Ley” (NVI.). “Esta ley, por así decirlo, ha dejado su imagen grabada en la mente de los hombres; esta imagen es la conciencia de ellos.”

La conciencia (syneideseos) que significa literalmente “co-conocimiento” o “conocer con”. Es “el conocimiento o juicio reflexivo que un hombre tiene al lado de, o en conjunción con la consciencia original del acto.” Implica la capacidad del hombre de elevarse por encima de sí mismo y de contemplar sus acciones y su carácter más o menos objetivamente. Por ende o por ello es capaz de actuar como un testigo a favor o en contra de sí mismo. 

Los razonamientos de un hombre, acusándoles o defendiéndoles denota las discusiones interiores que un hombre tiene consigo mismo cuando trata de decidir el curso de acción que debe tomar. “Cuando los gentiles, después de tales debates internos, hacen las cosas de la ley, sus acciones son morales en su carácter.” Sin embargo, debemos evitar la conclusión de que Pablo quiera mostrar “cómo pueden ser salvos los gentiles a pesar de que no han recibido la ley”. 

Una interpretación tal estaría en contra de todo el argumento de esta sección de la epístola, el cual intenta exhibir la culpa universal de la humanidad y la necesidad que todo el mundo tiene de la justicia de Dios. “No hay base alguna para concluir el poder de la voluntad a partir de este pasaje, como si Pablo hubiese dicho que el observar la ley es algo dentro de nuestra capacidad, puesto que el Apóstol no habla de nuestro poder para cumplir la ley, sino de nuestro conocimiento de ella.”

Parece que el mejor curso posible es unir el verso 16 al final del 13: Los hacedores de la ley serán justificados… en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres. De esta manera los versos 13–15 quedan como un paréntesis, como lo hacen las versiones KJV, Moffatt y VM. Moffatt hasta transpone el verso 16 y lo coloca antes de 14–15, para lo cual sin embargo no hay base de manuscrito. Si Pablo estuviese escribiendo hoy, haría de los versos 13–15 una nota de pie “para demostrar que los gentiles también tenían el derecho de creer que estaban justificados, si todo lo que fuese necesario para este fin era poseer una ley y oirla sin hacerla”. Habiendo rechazado esta falsa idea, Pablo reanuda el hilo de su discurso en el verso 16.

En el día del juicio Dios juzgará… los secretos de los hombres. “Ninguna de esas finas características de piedad o moralidad externas engañará al ojo de Dios en ese día de verdad. El demandará santidad de corazón.” El juzgará a los hombres por Jesucristo. Esto recalca la propia aseveración de Jesucristo de que El regresará como el Juez de la humanidad. “Si realmente es El quien ha de presidir en el gran acto del juicio final, es claro que, puesto que El es como se nos ha dado a conocer, no estará satisfecho con un desfile o demostración de justicia externa, y que demandará una santidad como la que El mismo realizó, la cual, originándose en la consagración del corazón, se extiende a toda la vida.”

Conforme a mi evangelio es, a primera vista, sorprendente, puesto que, como ya hemos visto, la expectación de que Cristo será el Juez final era parte de toda la enseñanza apostólica en general. Sin embargo fue Pablo quien, como consecuencia de su experiencia personal, vio más claramente el contraste entre las obras de la ley, que son legales y externas, y los frutos de la fe, que obra por el amor (Gá. 5:6; Ef. 2:9–10; Fil. 3:9). Esta antítesis era uno de los cimientos de la predicación del Apóstol.

El juicio por el que se condena al mundo no se basa en criterios humanos, sino en el justo juicio de Dios.

Por la Conciencia 2:1–5
Dios juzga al individuo conforme a la comprensión que tiene del bien y del mal. Cuando criticamos a los demás, nos condenamos. Al juzgar a otras personas, estamos revelando nuestro conocimiento del bien y del mal. Dios nos juzgará en base a las mismas normas que usamos cuando juzgamos a otros (2:1–2).
El mismo criterio que usamos para juzgar a nuestros semejantes es suficiente para condenarnos. Si no somos capaces de cumplir con las normas que hemos establecido, mucho menos nosotros cumpliremos con las que Dios ha dado.

¡REFLEXIONEMOS!

 Considere un momento las implicaciones de esta verdad para su propia vida. Pablo ha dicho que las mismas normas que usamos para condenar a otros son suficiente base para condenarnos. Piense en alguna ocasión en que usted haya criticado a otra persona, sólo para darse cuenta después de que usted ha hecho lo mismo. 

¿Qué dice Pablo en cuanto a esta situación?
 ¿Qué verdades debemos aprender de estos casos? ¿Cómo debe cambiar nuestra actitud? ¿Cómo debe cambiar nuestra conducta?

No debemos creer que podemos escapar del juicio de Dios. Sí juzgamos a los demás por hacer ciertas cosas, ¿cuánto más nos juzgará Dios (2:3)? Tampoco debemos interpretar mal la misericordia de Dios. El no es indiferente a nuestro pecado. Ha mostrado Su paciencia para darnos la oportunidad de arrepentirnos, pero podemos estar seguros de que el juicio vendrá cuando Dios lo disponga (2:4–5; 2 Ped. 3:7–10).

Por las Obras 2:6–11
El segundo criterio que Dios usa al juzgar al mundo es por lo que hemos hecho. Quienes hacen el bien conforme a las normas divinas, recibirán vida eterna. Quienes hacen mal serán condenados. No hay excepción de personas. Dios sabe lo que cada uno merece.
Dios es justo y recto. No pasa por alto nuestras obras. Si hiciéramos bien, Dios se daría cuenta y nos recompensaría conforme al bien hecho. El problema es que no hacemos el bien. Así que esta norma del juicio de Dios sirve para condenarnos. Pablo quiere que nos demos cuenta de que cuando el juez imparcial juzga, nadie resulta completamente libre de pecado. Todos merecen la ira de Dios.

Por el Entendimiento 2:12–16
Finalmente, el juicio divino se basa en la cantidad de conocimiento recibido. Quienes conocen la ley de Dios y la desobedecen, merecen mayor condenación que los que pecan en ignorancia. El hecho de tener la ley no es suficiente para salvarnos. Sin embargo, todos tenemos suficiente conocimiento de ella para ser condenados (2:12–13).

LOS JUSTOS ANTE DIOS
NO SON LOS OIDORES DE LA LEY
SINO LOS HACEDORES DE LA LEY

Los “paganos” que no han tenido la ley, pero que obedecen lo que saben acerca de Dios porque Dios se lo ha grabado en su corazón, reciben la bendición de El. Ellos han reconocido la autoridad de Dios y recibirán más luz. Dios ha escrito en el corazón del hombre suficiente información acerca de la ley para que todos nos demos cuenta de nuestro pecado. Esa luz es suficiente para condenarnos. Así que, nadie tendrá excusa en el día en que Dios juzgue lo que está en el corazón de cada persona (2:14–16).


BOSQUEJO
En Romanos 2:1–16 vemos 
El Juicio de Dios”. 
(1) De acuerdo a la verdad, 1–3; 
(2) De acuerdo a las obras, 4–11; 
(3) De acuerdo a la luz, 12–16.



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