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martes, 23 de febrero de 2016
Dijo Jehová Dios: no es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él.
DEBES SABERLO
pastoreen el rebaño que Dios les ha dado, velando por él, no por obligación, sino voluntariamente, como quiere Dios; no por la avaricia del dinero, sino con sincero deseo. 1Pedro 5:2
INFORMACIÓN
Plan y Orden para el matrimonio
Un fundamento bíblico Para el Matrimonio
A. En el principio Dios decretó el matrimonio y la familia
¿En qué piensa usted cuando oye la palabra *matrimonio? Algunos relacionan el matrimonio con “estar enamorado”. La palabra matrimonio hace que otros piensen en una boda. En muchos casos, los gobiernos tienen leyes sobre el matrimonio. Estas se tratan de asuntos como edad, parentesco, propiedad y divorcio. Las leyes humanas son útiles, pero la idea del matrimonio no vino de los seres humanos.
“En el principio Dios creó los cielos y la tierra” (Gn 1:1). Él creó la tierra y el mar, el sol y la luna, las plantas y los animales. Y en el principio, Dios creó al hombre y a la mujer y los unió en matrimonio. El matrimonio es idea de Dios.
*Esta es la razón por la que dejamos que la Biblia defina el matrimonio y la familia. ¡Seguramente, el que planeó el matrimonio debe definirlo! La Biblia enseña que el matrimonio es un compromiso público entre un hombre y una mujer para llegar a ser uno solo y permanecer fieles el uno al otro hasta la muerte.
Cuando un hombre y una mujer se casan, comienza una nueva familia. La familia crece cuando los hijos nacen o son adoptados. Algunas familias son grandes, pero también pueden ser tan pequeñas como de dos personas.
*Dios planeó que los matrimonios y las familias fueran el fundamento de toda la sociedad a través de la historia. Hoy, en toda cultura del mundo, hay matrimonios y familias. Con todo la familia no cumple con el plan de Dios. A través de este curso, pidámosle a Dios su gracia para ayudar a nuestros matrimonios y familias para llegar a ser todo lo que Él desea.
B. El plan de Dios para el matrimonio es que cada hombre tenga solamente una esposa
*Existen dos tipos principales de matrimonios en varias culturas. La primera es *monogamia—un matrimonio entre sólo un esposo y una esposa. El segundo tipo es *poligamia—un matrimonio en el que hay más de un esposo o más de una esposa. En el Antiguo Testamento, Jacob se casó con Lea y su hermana Raquel (Gn 29:1–30). Pero su deseo era casarse solamente con Raquel. Sin embargo, fue Labán, un idólatra y engañador, el que quiso que Jacob tuviera más de una esposa.
La Biblia enseña que la monogamia—un matrimonio entre un hombre y una mujeres el plan de Dios. Esto está claro desde la historia de la primera familia, Adán y Eva (Gn 2:20–24). La Escritura nos dice, 18 “Y dijo Jehová Dios: no es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él.… 24 Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer…” (Gn 2:18, 24). NO dice, “ayudas idóneas para él” ni “se unirá a sus mujeres.” El plan de Dios siempre ha sido que el matrimonio sea entre un hombre y una mujer. Lamec, un asesino, fue el primer hombre en la Biblia que tuvo una segunda esposa (Gn 4:19–24).
Vemos el plan de Dios de una esposa en su relación con Israel. Él quería que Israel fuera como una esposa fiel a Él. Los profetas del Antiguo Testamento frecuentemente le recordaban a Israel que fuera fiel a Dios. Oseas señala que Dios no tendría ninguna otra esposa más que Israel, así como Israel no iba a tener ningún otro esposo sino Jehová. Podemos encontrar el mismo énfasis sobre una esposa en Isaías y Ezequiel (Is 54, 62:1–5; Ez 16).
*Los reyes de Israel generalmente tenían más de una esposa. Este comportamiento carnal estaba en contra del plan de Dios y del modelo enseñado en Génesis 2:24. De hecho, las muchas esposas de Salomón fueron la raíz de la infidelidad de Israel con Dios. Ellas llevaron a la idolatría el corazón del rey. La nación pronto siguió a Salomón por esta senda de adulterio espiritual.
El apóstol Pablo apoya el plan de Dios de una sola esposa. Él dice que un diácono debe ser el marido de una sola mujer (1 Ti 3:2, 12; Tit 1:6). Asimismo, para que una viuda recibiera ayuda, ella debía haber sido casada solamente con un marido (1 Ti 5:9).
Jesús dejó claro que el plan de Dios era que un hombre se casara solamente con una esposa. 4 “… ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, 5 y dijo: por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer…” [¡no a sus mujeres!] (Mt 19:4–5; Mr 10:6–7). Además, el Nuevo Testamento nos dice que Jesús se casará con una sola esposa, la Iglesia.
C. Dios también bendice a los que eligen la vida de soltero (1 Co 7:1–11, 25–40)
*Dios ha dado el don del matrimonio a la mayoría de la gente. Él aconseja a la gente soltera que se case si no puede controlar sus deseos sexuales (1 Co 7:9). No obstante, el matrimonio no es para todos. Dios a menudo aprueba períodos largos de soltería o la vida entera de soltería. Primera a Corintios 7 da varias razones por las que la persona puede elegir ser soltera.
• Un don y llamado a la vida de soltero (1 Co 7:7)
• Una crisis presente (1 Co 7:26)
• Una comprensión de que el tiempo en este mundo es corto (1 Co 7:29–31)
• Un compromiso de dar devoción total Dios (1 Co 7:28, 32–35)
• La ausencia de un creyente deseado para casarse (1 Co 7:39; vea también 2 Co 6:14–18)
La vida de soltero no es una vida de segunda clase. Es totalmente aprobada y bendecida por Dios.
Cada persona debe tener la oportunidad de aceptar o rechazar el matrimonio (1 Co 7:37, 39–40). Algunas personas solteras sienten que no les han dado otra opción. Les gustaría casarse, pero no han tenido la oportunidad. Quizás la dejaron pasar y ahora lo lamentan. Quizás se preguntan si hay algo malo en ellos puesto que nadie las ha elegido para matrimonio.
Pero a Dios no le parece extraño lo que pasa en su vida, pues Él tiene un propósito para todos. Si usted es soltero, manténgase puro y fiel a Dios y sírvale al Señor con todo el corazón. En el siguiente capítulo, analizaremos cómo encontrar y elegir a un compañero. Pero es importante buscar a Dios primero para saber si debe casarse o no.
D. Dios da el orden para el matrimonio y la familia (Ef 5:22–6:3; Gn 1–2)
*El orden es necesario en el mundo que Dios ha creado. Dios tiene un plan de orden para todo. Él separó el agua de la tierra seca y la noche del día. Necesitamos orden en la naturaleza y orden en la sociedad; orden en cada nación y orden en cada familia—la unidad más pequeña de la sociedad. Si el orden falla en el hogar, entonces la sociedad está en peligro. La Biblia enseña por lo menos tres cosas sobre el plan Dios para el orden en la familia.
*1. El esposo es la cabeza de la esposa. Los esposos y las esposas son iguales, pero tienen distintas funciones. Recuerde la historia de la creación. Adán y Eva fueron ambos hechos a la imagen de Dios. Ambos tenían el derecho de gobernar sobre la tierra. Y ambos tuvieron que rendir cuentas a Dios por su pecado. Pero Dios dio el liderazgo al esposo. Él fue creado primero. Fue Adán quien les puso nombre a los animales. Adán demostró su liderazgo cuando llamó “varona” a la mujer y le puso por nombre “Eva”. Dios ordena a los maridos que sigan el ejemplo de Cristo como líder amoroso.
2. La esposa debe someterse a su esposo. La función de la esposa no es menos que la función del esposo, pero es diferente. La sumisión de la esposa es una actitud de respeto para su esposo y su liderazgo en el hogar. La esposa siente, habla y piensa por sí misma mientras contribuye al matrimonio. Su sumisión es como la sumisión de la Iglesia a Cristo. Es una respuesta al amor de su esposo (Ef 5:22–24).
3. Los hijos deben honrar y obedecer a sus padres. Esto conecta las generaciones de una familia. Los hijos imitan a sus padres. Si los padres honran a sus padres, entonces los hijos que observan honrarán a sus propios padres. Como dice el proverbio: “el agua fluye hacia abajo”. El mandamiento de honrar a los padres viene con una promesa de la bendición de Dios (Ef 6:2).
El orden que Dios da para la familia es similar a cualquier otro—contiene autoridad y sumisión. Pero cada persona en la familia es guiada por el amor, el respecto, el honor y la amabilidad.
E. Dios nos da un modelo para el matrimonio que consta de tres partes (Gn 2:20–25)
*“Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Gn 2:24). Veamos el patrón de Dios para el matrimonio basado en este pasaje.
*1. Dejar al padre y a la madre. En los tiempos del Antiguo Testamento, era común para la mujer dejar a sus padres y vivir con la familia de su esposo. Pero la Biblia dice que el hombre debe también dejar a sus padres. El esposo y la esposa deben formar su propio hogar. Necesitan espacio y privacidad para aprender a tomar sus propias decisiones y desarrollar su propia manera de vivir y de solucionar problemas.
Es difícil hacer esto cuando los padres siempre están observando y deseando que las cosas se hagan a su manera. La separación puede ser dura tanto para la nueva pareja como para los padres. Pero éstos no deben interponerse entre los recién casados. Los recién casados tampoco deben depender demasiado de sus padres.
*La distancia entre los padres y sus hijos recién casados variará de familia en familia. Cuando Rebeca dejó a su familia para casarse con Isaac, ella viajó a otro país. Probablemente nunca volvió a ver a su familia (Gn 24:3–6).
Pero cuando Isaac se casó, quizás simplemente se trasladó a una tienda cerca de su padre (Gn 24:67). En la cultura de hoy, la nueva pareja tiene la opción de vivir cerca o lejos de los padres. Pero la pareja debe vivir tan lejos como sea necesario para unirse como una sola carne. Algunos padres siguen exigiendo la primera lealtad de sus hijos casados. Quieren que la pareja joven les obedezca como si todavía fueran niños. La pareja de recién casados quizás tenga que vivir lejos de padres como éstos. No deben dejar que los padres dañen su matrimonio.
Algunas parejas recién casadas desean permanecer cerca de sus padres y permanecer como niños pequeños. Quieren que otro los sostenga y que tome las decisiones por ellos. Quieren que sus padres solucionen sus problemas. Desean agradar a sus padres más que a su cónyuge. Los padres quizás tengan que insistir que esta clase de pareja viva lejos de ellos.
*Las familias (incluyendo los padres, tíos, tías, abuelos, hermanos y primos) pueden ser una gran fuente de fuerza y ayuda. Ellos pueden:
• ayudar en tiempos de dificultad.
• compartir sus talentos y posesiones para ayudarse a prosperar.
• entender y animar a tomar decisiones.
• ayudar con el trabajo.
• ayudar con los niños.
Es bueno para las familias estar juntas. Pero cada pareja necesita su privacidad. Y ningún miembro de la familia debe interponerse entre el esposo y la esposa.
Dejar a los padres—no importa cuál sea la distancia—significa que las cosas cambiarán entre los padres y los hijos. El nuevo matrimonio necesita la lealtad y la atención de la nueva pareja. Pero Dios también nos enseñó a honrar a nuestros padres. Así que no debemos abandonar a nuestros padres ni a la demás familia cuando nos vamos. A medida que los esposos se hacen más fuertes juntos, podrán ayudar y honrar a sus padres y a la demás familia.
*Cuando los pastores aconsejan a las parejas, con frecuencia se encuentran con gente que desea llamar a su madre o a su padre antes de tomar cualquier decisión. Pasan casi todos sus días de fiesta y sus días libres con sus padres. Cuando siempre van a “casa”, no forman sus propias tradiciones familiares.
Cuando hay dificultades o conflicto en su hogar, llaman a sus padres inmediatamente. Dios nos dice que evitemos depender demasiado de nuestros padres. Él dice que el hombre debe dejar a su padre y a su madre. La influencia de los padres es necesaria en nuestra vida cuando estamos creciendo. Siempre debemos respetar y honrar a nuestros padres. Con todo, debemos llegar a ser capaces de tomar nuestras propias decisiones. Cuando sus deberes con sus padres o con sus hermanos toman prioridad sobre su propio matrimonio y familia, usted tiene un problema. Deje a sus padres y forme su nueva familia con su cónyuge y con sus hijos.
Un abuelo podría necesitar un bastón en que apoyarse. Pero él quiere un bastón fuerte—no uno delgado y débil. Pues si éste se rompe, el abuelo se caerá. Asimismo, es posible que necesitemos apoyarnos en nuestros hijos y en su matrimonio cuando lleguemos a ser ancianos, enfermos, solitarios o pobres. Debemos ayudar a nuestros hijos a fortalecer su matrimonio, por su propio bien y por el nuestro. Si el matrimonio se rompe, muchos resultan dañados.
*Dejar no es algo privado. Debe hacerse de manera pública y legal. La comunidad y el gobierno deben saber que ha habido un matrimonio. Así todos sabrán que deben tratar a la pareja como esposo y esposa, y la ley los protegerá. Sus hijos serán reconocidos como miembros de una familia. Abraham cometió un grave error al intentar ocultar a su esposa Sara (Gn 12:10–20). Más tarde, Isaac cometió el mismo error (Gn 26:1–11). Los errores de Abraham e Isaac nos guían a asegurarnos de que la gente sepa que estamos casados. Un casamiento público y legal trae muchas bendiciones.
*2. Unirse. No es suficiente dejar a los padres. Dios dice que el esposo y la esposa deben unirse. La palabra unidos significa “ser como dos hojas de papel pegadas juntas”. Nada puede interponerse entre las dos hojas de papel. Las hojas de papel pegadas no se pueden separar sin que se rompa cada hoja.
El esposo y la esposa deben estar unidos y nada debe separarlos—ni los padres, ni los hijos, ni otro hombre o mujer, ni el trabajo, ni el ministerio, ni el enojo, ni los celos. El matrimonio no debe romperse. El esposo y la esposa no se pueden separar sin causarse un gran daño. El Señor Jesucristo dijo que cuando Dios une al esposo y a la esposa nadie debe tratar de separarlos (Mt 19:6).
Estar unidos es una clase especial de amor. Este amor es más grande y más fuerte que los sentimientos del esposo y de la esposa. Se basa en la decisión de ser fieles el uno al otro. Está basado en la promesa de siempre hacer lo que es mejor para el cónyuge. El amor unido inspira votos de matrimonio como:
“Prometo serte fiel; amarte, servirte, protegerte y honrarte, en la enfermedad y en la salud, en la pobreza y en la abundancia, dejando todos los amores y unirme solamente a ti hasta que la muerte nos separe.”
3. Llegar a ser una sola carne. Esta frase habla de la unión física del esposo y de la esposa. “La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el marido potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer” (1 Co 7:4). El esposo y la esposa siguen siendo dos personas, poseen su propio cuerpo y sus propios pensamientos. Pero cuando sus cuerpos se juntan en la unión sexual, se convierten en una sola carne (1 Co 7:5).
*Esta unión es tan privada que es difícil hablar de ella. Dios le dio esta unión sexual a las pareja para ayudarle a tener una estrecha relación el uno con el otro. Es necesario que esta cercanía, ocurra en los pensamientos, sensaciones y también en los cuerpos. Nos referimos a esta proximidad como *intimidad. La unión de los cuerpos debe suceder de una manera que ayude al esposo y a la esposa a estar cerca físicamente y también de otras maneras. El significado completo de “una sola carne” es que la pareja comparte todo su ser. Comparten sus posesiones, sus pensamientos, sus sentimientos y sus cuerpos. Lo hacen sin temor, sabiendo que se aman como a sí mismos. Han llegado a ser “una sola carne”.
Ejemplo de votos matrimoniales
Resumen.
El modelo de Dios para el matrimonio incluye tres acciones:
a. dejar a los padres,
b. unirse y
c. llegar a ser una sola carne.
Note que no menciona a los hijos. Dios bendijo a Adán y Eva antes de que Él les hablara de tener hijos (Gn 1:28). Un matrimonio es completo ante Dios aunque no tengan hijos. Pero estas tres acciones del matrimonio forman un hogar cálido y seguro para el esposo, la esposa y los hijos que pudieran tener.
Conclusión
Algunos podrían decir: “El plan de Dios para la familia es imposible. Las ideas de Dios sobre el matrimonio podrían funcionar solamente en un mundo perfecto. Éstas son ideas antiguas del pasado”.
Es cierto que el matrimonio comenzó hace muchos años en el huerto de Edén. Y es cierto que el pecado de Adán y Eva dañó el matrimonio. Culpabilidad y vergüenza se interpusieron entre Adán y Eva. El dolor y la angustia embargaron al dar a luz. La dificultad y el sudor hicieron su trabajo más difícil. Un día, hasta el asesinato entró en su familia. Pero Dios no abandonó a la humanidad, ni tampoco abandona el matrimonio ni a la familia.
Miles de años después del Edén, alguien le preguntó a Jesús acerca del matrimonio. Desde el Edén hasta el nacimiento de Jesús, Dios había estado mirando la tierra. Él vio todo el adulterio, la *prostitución, la poligamia, la *homosexualidad, el divorcio, el abuso y la tristeza. Pero cuando le preguntaron a Jesús acerca del matrimonio, Él dijo, 4 “…al principio, varón y hembra los hizo, 5 y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne” (Mt 19:4–5). Jesús nos señala de nuevo el principio.
Lo que era bueno en el Edén sigue siendo bueno para nuestro mundo hoy. Dios todavía quiere que sigamos su plan. La gracia de Dios es nuestra esperanza y nuestra ayuda.
viernes, 5 de febrero de 2016
Honra a tu padre y a tu madre, como Jehová tu Dios te ha mandado, para que sean prolongados tus días, y para que te vaya bien sobre la tierra que Jehová tu Dios te da
DEBES SABERLO
pastoreen el rebaño que Dios les ha dado, velando por él, no por obligación, sino voluntariamente, como quiere Dios; no por la avaricia del dinero, sino con sincero deseo. 1Pedro 5:2
INFORMACIÓN
ORGANIZACIÓN FAMILIAR EN TIEMPOS BÍBLICOS
La familia en los tiempos bíblicos
El propósito de este estudio es considerar las diferentes formas en que se organizaba la vida familiar en los tiempos bíblicos, sus costumbres y tradiciones.
Es probable que lo que hoy llamamos «familia» muy poco tenga que ver con las expresiones culturales de la época bíblica. Una comprensión de esas diferencias nos ayudará a retomar la tarea siempre nueva de encontrar en la Escritura —en medio de los elementos culturales en que ésta fue escrita— los principios y valores necesarios para orientar nuestro trabajo teológico y pastoral hoy en día y en nuestro contexto.
El grupo social llamado «familia» se encuentra presente en todas las culturas desde los tiempos antiguos hasta los contemporáneos.
Científicos sociales que han estudiado los diferentes pueblos alrededor del mundo parecen coincidir en la observación de que «en toda sociedad conocida, casi cada persona vive sumergida en una red de derechos y
obligaciones familiares». El término describe una diversidad de realidades sociales desde la red extensa de parientes —que se encuentra especialmente en sociedades agrarias— hasta la familia nuclear contemporánea y sus variantes, peculiar de las áreas urbanas e industrializadas del mundo.
Las definiciones de «familia» se forjan cultural e históricamente. En la parte noroccidental del mundo, donde se han experimentado por más tiempo los efectos de la industrialización, la familia nuclear tiende a ser normativa. En la parte sur del mundo, donde otros modos de producción y organización social coexisten y la supervivencia depende en gran parte de las redes de parentesco, el término «familia» tiene un sentido más amplio. Aunque todos tenemos una noción bastante definida de lo que es una familia, todavía es difícil establecer una definición universal y normativa.
Lo que distingue a la familia de otros grupos sociales es sus funciones: un lugar común de residencia, la satisfacción de necesidades sexuales y afectivas, la unidad primaria de cooperación económica, y la procreación y socialización de las nuevas generaciones.
Sin embargo, estas funciones, tradicionalmente asignadas a la familia, describen mejora la tribu, al clan o a la familia extendida. Históricamente —y ese es el caso de las familias en la Biblia— la raza humana ha existido primeramente en grupos sociales más extensos que la familia nuclear. Cuando la convivencia humana creció en su complejidad, tribus y clanes dieron lugar a la familia extendida y a un sinnúmero de instituciones sociales secundarias.
La familia nuclear es una adaptación posterior. Esto no quiere decir que el núcleo constituido por hombre-mujer y sus hijos no existiera antes de la era industrial, sino que no se lo consideraba como «familia» aparte de esas redes más extensas y entretejidas de relaciones familiares. En breve, hoy en día se considera familia tanto la «unidad social básica formada alrededor de dos o más adultos que viven juntos en la misma casa y cooperan en actividades económicas, sociales y protectoras en el cuidado de los hijos propios o adoptados», como la «red más extensa de relaciones establecidas por matrimonio,
nacimiento o adopción». En todo caso, las maneras en que esas relaciones se establecen, los derechos y obligaciones asignados a los sexos, y el número de personas que la forman, difieren grandemente de un lugar a otro de acuerdo con la cultura, la clase social, la religión y la región del mundo donde se vive.
La familia en el Antiguo Testamento
Es tarea imposible tratar de exponer en unos pocos párrafos la enorme variedad de expresiones familiares y su evolución a lo largo de miles de años que cubre el Antiguo Testamento. Durante ese período se dieron muchos cambios.
Abraham vivió una vida semi-nómada. Sus descendientes, que se asentaron en Canaán, construyeron ciudades e interactuaron con la gente de la región. Cuando decidieron tener un rey en vez de jueces locales, experimentaron la prosperidad, pero también los trabajos forzados, los impuestos y la brecha creciente entre ricos y pobres. Luego de la división del país en dos reinos, las invasiones de Siria, Egipto, Asiria, y Babilonia, así como los setenta años de exilio y luego el control político por parte de Persia, Grecia y Roma, sin duda imprimieron huellas profundas e introdujeron cambios significativos en la vida familiar de la gente del Antiguo Testamento.
Sin embargo, es posible afirmar que la familia fue de central importancia en la organización de las sociedades veterotestamentarias.
Sin duda que otros factores estuvieron presentes en la formación de las sociedades de los períodos más remotos que da cuenta el Antiguo Testamento, pero ninguno de ellos desempeñó un papel más importante que la familia... Todos los asuntos públicos fueron, hasta cierto punto, asuntos familiares; estaban regulados por los ancianos, o sea los cabeza de familia y de los clanes.
En el tiempo de la peregrinación de Israel por el desierto se definió su estructura. Una tribu estaba formada por varios clanes que a su vez eran grupos de familias unidas por lazos de consanguinidad (
Jos. 7.14-18
). En esa estructura social Israel veía a cada individuo como
miembro de una familia. Cada familia a su vez estaba unida a otras familias que formaban un clan. El clan a su vez estaba unido en grupos más extensos, formando las tribus, de modo que toda la nación de Israel era en efecto, una gran familia de familias.
La familia en el Antiguo Testamento era definitivamente patriarcal. Uno de los términos para designarla es «casa paterna» (
bet ab
). Las genealogías se presentan siempre a través de la línea paterna. El padre tenía sobre los hijos, incluso los casados, si vivían con él, y sobre sus mujeres, una autoridad total, que antiguamente llegaba hasta el derecho de vida o muerte. La desobediencia y la maldición a los padres eran castigadas con la muerte (
Éx. 21:15–17
;
Lv. 20:9
;
Pr. 20:20
). A medida que el sistema legal evolucionó, ese derecho del padre fue transferido a las cortes, pero en esencia no cambió: ante la queja de un padre, la corte generalmente pronunciaba sentencia de muerte.
Otro de los términos usados en el Antiguo Testamento para familia en el hebreo es
mishpahah
, que significa familia, pero también clan, tribu, pueblo, y describe al grupo de personas que habitan en un mismo lugar o en varias aldeas, que tienen intereses y deberes comunes, y cuyos miembros son conscientes de los lazos de sangre que los unen, por lo que se llaman «hermanos» (
1 S. 20:29
).
Otra palabra en el Antiguo Testamento para designar familia era «casa» (
bet o bayit
). Se la usa para denotar vivienda, y figuradamente el lugar donde Jehová habita (especialmente con referencia al tabernáculo o al templo). También significa familia, descendencia y hasta un pueblo entero, como en «la casa de Israel» (
Jos. 24:15
y
Ez. 20:40
). La palabra «casa» aparece más de dos mil veces en toda la Biblia.
Los patriarcas hebreos seguían las costumbres de sus vecinos con respecto a tener más de una esposa; es decir, eran polígamos. Una familia de aquellos tiempos, con frecuencia, incluía al esposo, sus esposas y sus hijos, sus concubinas y sus hijos, los hijos casados, las nueras y los nietos, esclavos de ambos sexos y sus hijos nacidos bajo ese techo, los extranjeros residentes en su predio, las viudas y los
huérfanos, los allegados y todos cuantos estaban bajo la protección del jefe de la familia. Cuando Lot fue tomado prisionero por los reyes de Canaán, Abraham «juntó a los criados de confianza que habían nacido en su casa que eran 318 hombres en total» (
Gn. 14:14
) y logró rescatar a su sobrino.
Un término importante para nuestra discusión es «padre» (
’ab
). Se usaba para referirse no sólo al padre, sino al abuelo, y a los antepasados distinguidos como Abraham. También se aplicaba a hombres de mucho respeto, sin que mediara parentesco alguno. El padre cumplía funciones sacerdotales. Religión y familia estaban entretejidos con las mismas hebras. La comunidad de adoración básica que mantenía la cohesión social de ese entonces era la familia.
Al igual que en otros grupos humanos a su alrededor, entre los hebreos el padre de la casa era también el sacerdote que vigilaba las relaciones entre la gente de su casa y Dios (
Job 1:5
). Esto es mucho más evidente después del Éxodo, cuando el padre ocupa el lugar predominante en el ritual de la pascua (
Éx. 12:21–28
). Los miembros de la familia estaban bajo estricta obligación de reunirse en el santuario familiar (
1 S. 20:29
). Quien cumplía esta función religiosa en lugar de un padre, adquiría tal dignidad. Así Moisés fue llamado «padre» de los hijos de Aarón (
Nm. 3:1
). Los profetas eran llamados «padres» por sus discípulos (
2 R. 2:12
). Más tarde los rabinos fueron también llamados «padres».
El pueblo de Israel también usaba la palabra «padre» para referirse a Dios. La Biblia la usa para hacer referencia a la relación de Dios con su pueblo (
Dt. 14:1
;
Is. 64:8
;
Pr. 3:12
). En la relación de Jehová con el pueblo de Israel, éste es llamado «hijo» o «hija», y a veces «esposa» (
Os. 11:1
;
Jer. 3:22
;
31:17
;
Is. 54:6
). En
Isaías 66:13
la imagen análoga para Jehová es la de una madre, y en
Isaías 54:5
es «marido».
La fertilidad era considerada como parte esencial de la promesa de Dios al pueblo judío. Se hacían provisiones para asegurarla. Por ejemplo, si un hombre casado moría sin dejar hijos, su hermano estaba en la obligación de tomar a la viuda por esposa a fin de continuar la descendencia de su hermano fallecido (
Dt. 25:5–10
). Una mujer estéril
podía dar una de sus esclavas al marido para que, a través de ella, pudiera tener hijos (
Gn. 30:1–13
).
Los niños estaban incluidos en el Pacto o alianza de Dios con Israel mediante la circuncisión que se realizaba a los ocho días de nacido un varón. Los niños eran instruidos en la Ley por el padre en el contexto cotidiano del hogar (
Dt. 6:4–9
) y participaban activamente en las celebraciones de la Pascua y otras festividades religiosas en el hogar. Solamente después del exilio babilónico se institucionalizó la instrucción religiosa. Se ponía mucho énfasis en la obediencia a los padres y maestros y se usaba con frecuencia la vara y el castigo corporal para disciplinar a los niños (
Pr. 22:15
;
13:24
).
La condición de la mujer
Aunque las mujeres hacían gran parte de los trabajos duros de la casa y del campo, ocupaban un lugar secundario tanto en la sociedad como en la familia. Las solteras estaban bajo la tutela de su padre o de un guardián. Al parecer, las mujeres eran tratadas más bien como prendas de valor al ser «compradas» por sus futuros esposos, e incluso vendidas como esclavas (
Éx. 21:7
). Por norma, sólo los hijos varones tenían derecho a la herencia, y el hijo mayor tenía derecho a una doble porción de la propiedad de su padre. Sólo si no había varones en la familia, las hijas podían heredar a su padre. Si una familia no tenía hijos, la propiedad pasaba al pariente varón más cercano.
El compromiso nupcial (o el acto de contraer esponsales) era un contrato entre dos jóvenes realizado frente a dos testigos. La pareja se intercambiaba anillos o brazaletes. El novio o su familia tenía que pagar una suma de dinero, llamada
mohar
, al padre de la novia. A veces podía pagarlo en trabajo (
Gn. 29:15–30
). Al parecer, el padre sólo podía gastar el interés de ese capital, el cual debía devolverse a la hija a la muerte de sus padres o si ella enviudaba. Labán parece haber quebrantado esa costumbre (
Gn. 31:15
). El padre de la muchacha, a cambio, le daba una dote que solía consistir en sirvientas, regalos o tierras.
El matrimonio era un evento más bien civil (familiar y comunal) antes que religioso. La boda se celebraba cuando el novio tenía ya su casa lista. Con sus amigos iba a la casa de la novia, en donde ella lo esperaba ataviada con su vestido especial para la ocasión y con un
puñado de monedas que él le había entregado anteriormente. De allí el novio la llevaba a su nueva casa o a la casa de sus padres en donde se hacía la fiesta con los invitados. En el trayecto, amigos, vecinos e invitados formaban un cortejo con música y danzas.
En el matrimonio del Antiguo Testamento, el marido era el señor (
ba’al
) de su esposa. Por medio del matrimonio la mujer pasaba a ser propiedad del esposo. Las mujeres eran preciadas como potenciales madres destinadas a dar al clan el más precioso de los dones: hijos, y especialmente varones. De ahí que la esterilidad —atribuida generalmente a una falla en la mujer— era un estigma, considerado como castigo de Dios (
Gn. 16:1–2
;
1 S. 1:6
). Sólo cuando la mujer llegaba a ser la madre de un hijo varón obtenía su completa dignidad en el hogar (
Gn. 16:4
;
30:1
).
El no tener un hijo era todavía más difícil de sobrellevar para el esposo: su casa (su descendencia) estaba amenazada por la extinción; las hijas se casaban y se iban; sólo los varones podían hacerse cargo del culto familiar, de discutir la ley y de portar las armas.
La falta de hijos en un matrimonio conducía a veces al divorcio o la poligamia. Entre los hebreos, como entre la gente del mundo antiguo en general, el tener una numerosa prole era un deseo muy generalizado. Una bendición muy apreciada tenía que ver con la abundancia de hijos (
Gn. 24:60
), quienes eran considerados como «saetas en manos del valiente» (
Sal. 127:3–5
). Más tarde, cuando se adoptó una forma de vida más sedentaria, las mujeres llegaron también a ser apreciadas por su eficiencia en el trabajo hogareño (
Pr. 31:11–30
).
Es interesante notar que, a pesar de tratarse de una sociedad patriarcal, muchos textos bíblicos mencionan al hombre y a la mujer juntos y en igual plano. Un primer ejemplo es
Génesis 1
, en donde los dos son hechos a imagen de Dios, ambos reciben el mandato de procrear y señorear. Este es en sí un pasaje en contra de la cultura dominante en donde sólo el varón, y en muchos lugares sólo el rey, podía ser imagen de Dios. Otro ejemplo es el quinto mandamiento que habla sobre el honor que deben los hijos a ambos progenitores (
Éx. 20:12
).
Débora, «la madre de Israel» (
Jue. 5:7
), es una figura atípica del mundo antiguo, posible en un momento específico de la historia de Israel, antes de la monarquía. El libro de Proverbios habla varias veces de la necesidad de respetar y obedecer la enseñanza de padre y madre (
Pr. 1:8
;
6:20
). El hablar mal del padre o calumniar a la madre se castigaba con la muerte (
Dt. 21:18
,
21
;
Éx. 21:15
).
En los escritos de los profetas se observa que la familia, llamada a ser el altar de la fe y de la instrucción espiritual, se convertía a veces en el foco de desorientación (
Jer. 9:13–14
;
Am. 2:4
). El deterioro de la familia era un poderoso recordatorio para «volverse a Dios» (
Mi. 7:6–7
).
Varios de los profetas levantaron sus voces para hacer volver al pueblo a una relación familiar más justa y satisfactoria como parte de su compromiso con Dios. Oseas fue un testimonio viviente de la preocupación de Dios por la monogamia. Miqueas abogó por el amor en la familia y el respeto por los progenitores. Isaías proclamó la fidelidad conyugal de Yahweh, el esposo, hacia Israel. Ezequiel continuó favoreciendo el matrimonio monogámico y el reconocimiento de un lugar más alto para la mujer tanto en la familia como en la sociedad.
Con el paso del tiempo evolucionó la estructura de la familia en Israel. La vida urbana trajo cambios. El tipo de vivienda en aldeas y ciudades restringió el número de personas que podían vivir en el mismo lugar. Disminuyó el número de esclavos en cada casa. El juicio de un hijo rebelde pasó a manos de los ancianos de la ciudad (
Dt. 21:18–21
). Precisamente en la época postexílica, según los relatos de los libros sapienciales, la familia judía se nos muestra más evolucionada: el amor marital y la educación de los hijos son preocupaciones constantes y la monogamia se supone como la forma corriente de relación conyugal.
La familia en los tiempos de Jesús
La primera página del Nuevo Testamento ubica a Jesús, el Mesías, como miembro de la familia de David y de Abraham (
Mt. 1:1
). La culminación y el cumplimiento de las promesas del pacto hechas en el Antiguo Testamento se dan en la persona y obra de Jesucristo, nacido en la trayectoria de una familia (
Mt. 1:1
;
Lc. 3:23–38
;
Ro. 4:13
;
Gá. 3:6
,
7
,
16
). Todos estos textos son una continuación de la manera en que el Antiguo Testamento se aproxima al cumplimiento de las promesas en el contexto de la familia. De modo que, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, las declaraciones acerca del matrimonio y de la familia están ligadas con el mensaje total de las Escrituras que dan testimonio de Jesucristo (
Jn. 5:39
).
También el Nuevo Testamento usa el término «casa» (
oikos
en griego) para describir la familia. Se habla, por ejemplo, de «la casa
de Israel» (
Mt. 10:6
;
Hch. 2:36
;
Heb. 8:8–10
) y de «la casa de David» (
Lc. 1:27
,
69
;
2:4
) para indicarla línea de familia o el linaje.
Las mujeres, siguiendo la tradición del Antiguo Testamento, tampoco eran consideradas «iguales» a los hombres. La mujer estaba obligada a obedecer a su marido como a su dueño... y esta obediencia era un deber religioso. Además, estaban excluidas de la vida pública. Joachim Jeremias escribe:
Las hijas, en la casa paterna, debían pasar después de los muchachos; su formación se limitaba al aprendizaje de los trabajos domésticos, coser, tejer en particular; cuidaban también de los hermanos y hermanas pequeños. Respecto al padre, tenían ciertamente los mismos deberes que los hijos. Pero no tenían los mismos derechos que sus hermanos, respecto a la herencia, por ejemplo, los hijos y sus descendientes precedían a las hijas.
Según Josefo, el historiador judío del primer siglo, tanto los derechos como los deberes religiosos de las mujeres eran limitados. Sólo podían entrar en el templo al atrio de los gentiles y al de las mujeres. Había rabinos que sostenían que a la mujer no se le debía enseñar la ley. Las escuelas, donde se enseñaba la ley y además a leer y escribir, eran exclusivamente para varones. Sólo a algunas hijas de familias de elevado rango social les era permitido estudiar. En las sinagogas había separación entre hombres y mujeres. En el culto, la mujer sólo escuchaba; le estaba prohibido enseñar. En casa, la mujer no podía bendecir la comida. En general, la mujer en la cultura judía estaba segregada a un segundo plano, al igual que las mujeres de las culturas vecinas de la época.
Si la mujer ocupaba un lugar secundario en la vida doméstica, y sus deberes y derechos religiosos estaban limitados, en la vida pública no participaba en absoluto. Cuando la mujer judía de Jerusalén salía de casa, llevaba la cara cubierta con dos velos y otros atavíos que imposibilitaban reconocerlos rasgos de sus cara. La mujer que salía sin llevar la cabeza y la cara cubiertas ofendía las buenas costumbres al punto de exponerse a que su marido ejerciera el derecho —¡incluso el deber!— de despedirla, sin que estuviese obligado a pagarle la suma estipulada en el contrato en caso de divorcio.
En síntesis, las mujeres
debían pasar inadvertidas ante el público. Era una gran deshonor para un alumno de los escribas hablar con una mujer en la calle. El escriba Yosé Yojanán, que vivió un poco antes del tiempo de Jesús, recomendaba no hablar mucho con una mujer, incluso con la propia.
Mientras más notable era una familia, más estrictas eran las restricciones impuestas a las mujeres. Las solteras estaban restringidas al umbral de la casa paterna y las casadas debían portar siempre el velo. En las clases populares y en el campo, por razones económicas, parece que estas restricciones no se aplicaban en su totalidad, y las mujeres podían ayudar a sus maridos en sus trabajos y negocios.
Los esponsales, que precedían al contrato matrimonial, se realizaban cuando las jóvenes tenían entre doce y doce años y medio de edad. Hasta ese momento, la joven estaba totalmente bajo la potestad del padre: no tenía derecho a poseer el fruto de su trabajo, ni a rechazar el matrimonio decidido por su padre.
Con los esponsales el joven «adquiría» a la novia. Joachim Jeremias se pregunta si existía acaso una diferencia entre la adquisición de una esposa y la adquisición de una esclava, y se responde que no, aparte de dos hechos: a) la esposa conservaba el derecho jurídicamente reconocido de poseer los bienes (no de disponer de ellos) que había traído de su casa y b) la esposa tenía el amparo del contrato matrimonial que le aseguraba recibir una suma de dinero en caso de divorcio o de muerte del esposo.
Aunque los varones eran considerados adultos a los trece años, después de una ceremonia que los hacía «hijos de la ley» y que ocurría generalmente en el templo (
Lc. 2:41–42
), accedían a los esponsales y al matrimonio unos años más tarde que las niñas. Un dicho atribuido al rabino Samuel «el Joven» (fin del siglo
i
) contempla que «a los cinco años se está listo para la Escritura; a los diez para el Mishna; a los trece para el cumplimiento de los mandamientos; a los quince años para el Talmud; a los diez y ocho para la alcoba de la novia...»
El matrimonio tenía lugar ordinariamente un año después de los esponsales. Allí pasaba la novia definitivamente del poder del padre al poder del esposo. La joven pareja generalmente iba a vivir con la familia del esposo. Allí, además de enfrentar la desventaja de tener que adaptarse a una comunidad extraña, la joven quedaba en total
dependencia de su marido.
Aunque en los tiempos del Nuevo Testamento ya imperaba la monogamia, la esposa estaba en la obligación de tolerar la existencia de concubinas junto a ella. Además, el derecho al divorcio era exclusivo del hombre. El marido podía «despedir» a su mujer (
Mt. 19:3
), según algunas interpretaciones de
Deuteronomio 24:1
, en caso de encontrar en ella «alga vergonzoso», quedando este recurso al capricho del hombre. Los hijos, en caso de divorcio, quedaban con el padre, lo que constituía la prueba más dura para la mujer.
«Sólo partiendo de este trasfondo —dice Joachim Jeremias— podemos apreciar plenamente la postura de Jesús ante la mujer». Si bien Juan el Bautista había bautizado a mujeres (
Mt. 21:32
), Jesús permitió que mujeres le siguieran (
Lc. 8:1–3
;
Mr. 15:40–41
;
Mt. 20:20
). Jesús no sólo habló con mujeres (
Jn. 4
;
Jn. 8:2–11
) sino que discutió con ellas temas teológicos (
Lc. 10:38–42
;
Jn. 11:21–27
) en una época en que ningún rabino se atrevía a hacerlo.
Estos acontecimientos no tienen parangón en la historia de la época. Es más, Jesús no se contenta con colocar a la mujer en un rango más elevado que aquel en que la había colocado la cultura de su tiempo, sino que la coloca ante Dios en igualdad con el hombre (
Mt. 21:31–32
). Si bien es cierto que Jesús no tomó mujeres entre los doce discípulos, no significa que estableció que para el resto de la historia las mujeres quedarían fuera de las funciones oficiales de enseñanza y gobierno de la iglesia. La profesora Irene Foulkes encuentra más bien en esto la clave hermenéutica para el inicio del nuevo Israel.
El nombramiento de los doce —dice ella— era una especie de parábola actuada: significaba el arranque de un nuevo pueblo «que sobrepasaría en mucho a la vieja nación definida en términos de descendencia humana de los doce patriarcas»
.
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