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lunes, 29 de febrero de 2016
Los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras
DEBES SABERLO
pastoreen el rebaño que Dios les ha dado, velando por él, no por obligación, sino voluntariamente, como quiere Dios; no por la avaricia del dinero, sino con sincero deseo. 1Pedro 5:2
INFORMACIÓN
Entra al Desierto para sentir La Presencia de Dios
El desierto
E
n el frío momento previo al amanecer de un lunes bajé a nuestro sótano a medio terminar, donde tenía un pequeño estudio. Como pastor de una congregación en Maryland, tenía la responsabilidad de escribir el boletín mensual de la iglesia, y disfrutaba mucho de hacerlo. Necesitaba dirigirme a la congregación y a mí mismo. Durante esa semana, mi vida había experimentado una transformación.
Boletín de la Iglesia Bautista Berwyn
29 de enero de 2013.
“Dame los dos caramelos”.
“No quiero”.
Joe Hammond acababa de darme un trozo de caramelo de menta, el mismo gesto que había repetido después de cada servicio en la iglesia durante tanto tiempo como yo podía recordar. Ben, de casi tres años, y mi hija Lauren, observaban mientras lo hacía. Como padre de dos niños, entendía lo que significaba el compromiso de tener un trozo de caramelo imposible de compartir. Doris Stough también vio la escena y de buena gana agregó otro caramelo de menta que tenía en su cartera. Mis hijos y yo regresamos hacia mi oficina. Coloqué mi Biblia y los caramelos sobre el escritorio de la entrada y comencé a ocuparme de algunos asuntos en otra habitación. Cuando regresé, Lauren había tomado los dos caramelos.
“Dame los dos caramelos”, le dije.
“No quiero, papá”, respondió.
“Lauren, esos dos caramelos son míos. No son tuyos hasta que te los dé. Tal vez te dé uno o ambos, o tal vez no, pero a mí me corresponde
decidir si te los doy o no. Dame los dos caramelos”.
Lauren obedeció de mala gana. Creo que ella esperaba que, puesto que me los había entregado, se los devolvería de inmediato. En esta oportunidad, cerré la mano y le dije que hablaríamos del tema de regreso a casa.
Como padres, Betsy y yo no queremos que nuestros hijos tomen lo que no se les ha dado ni que sean insolentes. Queremos que los regalos sean sorpresas agradables, que no los perciban como un derecho garantizado de la vida. Queremos que nuestros hijos aprendan que un regalo es eso: un regalo, algo que podemos apreciar pero no exigir. También queremos que aprendan la importancia de esperar; no todo lo que deseamos ocurre de la manera que esperamos o tan rápido como quisiéramos.
Esta anécdota ocurrió el miércoles pasado, 24 de enero, después del culto vespertino. No me imaginaba que aquello que intentaba enseñar a nuestros hijos sería la misma lección que tendríamos que aprender Betsy y yo cuando pocas horas más tarde nuestro Padre Celestial requiriera de nosotros un acto de obediencia. Esa noche, durante el culto, habíamos compartido con los concurrentes las dificultades que tenía Betsy con su embarazo.
Esos problemas habían sido diagnosticados el día anterior, y después de recibir el consuelo del amor y la comprensión de aquellos queridos amigos, nos aturdió el estupor: inesperadamente, esa misma noche, Betsy comenzó a tener contracciones. Corrimos al hospital a medianoche, conscientes de que el pronóstico no era bueno para las gemelas que llevaba en su vientre. Igual que Lauren, nuestra hija, mi reacción fue negativa. Aun cuando en el hospital nos dijeron que los bebés no vivirían, en lo profundo de mi ser tenía la expectativa de que, si entregaba las niñas a Dios, él me las devolvería.
Mantuve la esperanza de que surgiera alguna alternativa, hasta que las enfermeras envolvieron delicadamente al primer cuerpito sin vida y se lo llevaron, y luego repitieron el proceso con el segundo. Solo después de que la enfermera caminó por el pasillo y dobló al final, y nuestro segundo bebé quedó fuera de nuestra vista para siempre, tomé plena conciencia de que ésta era una de esas ocasiones en las que Dios había cerrado la mano y no iba a entregarnos lo que tenía en ella.
En realidad, no fuimos Betsy y yo quienes pusimos a nuestras niñas en las manos de Dios. Él lo había hecho. Solo nos quedaba aceptar lo que él había decidido en su soberana sabiduría. Nuestro acto de entregar en sus manos a las gemelas tuvo lugar después que reconocimos que Dios es Dios, y que él es bueno. Si a él le parecía mejor que las niñas estuvieran con él en su hogar eterno, entonces confiaríamos su cuidado al Padre Celestial. Esta es la piedra angular de nuestra esperanza y confianza en Jesucristo.
Unas horas antes yo le había explicado a Lauren cuánto la amábamos, y que deseábamos lo mejor para ella. Le había explicado que el hecho de darle o no el caramelo no era una medida de nuestro amor hacia ella. Probablemente esas palabras habían sido pronunciadas más para mi propio bien que para el de la pequeña de cuatro años. Una vez más, el Señor estaba aplicando a mi vida la enseñanza que acababa de dar.
El amor de Dios por sus hijos no solo está declarado en las Escrituras sino demostrado de manera suprema en la muerte vicaria de su Hijo, Jesús. Más aun, Dios sabía antes que nosotros lo que significaba presenciar la muerte de su propio Hijo, aunque hubiera podido intervenir para evitarlo. Dios nos ha demostrado su amor no solo al hacernos sus hijos, sino en una infinidad de maneras, cada día de nuestra existencia. Su amor hacia nosotros, y hacia las gemelas, no depende de que ellas entren en nuestro hogar o en el suyo.
“Deja a las dos en Mis manos”.
“Ya lo hicimos, Señor, y te damos gracias porque tú las cuidas”.
Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él. Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras.
—
1ra. Tesalonicenses 4:13–18
Que el Señor los bendiga. Recibimos de ustedes consuelo y bendición.
Su hermano en el Señor,
Greg
Ese era el final. Que mueran uno o más hijos no se puede vivir como algo natural. No puedo compararlo con nada. He descubierto que aunque uno puede volver a disfrutar de la vida, la pérdida nunca se supera por completo. En lo más profundo del corazón siempre habrá un hueco. No entiendo cómo alguien pueda soportar la muerte de un hijo si no tiene el sostén del amor de Cristo. Mucha gente lo logra, pero no llego a entender cómo.
Nadie sabe qué decir cuando muere el hijo de otro, y en particular
cuando el que está de duelo es el pastor. Escribí a la iglesia en un intento de poner la muerte de las gemelas bajo una perspectiva adecuada, y como dije antes, me dirigí tanto a ellos como a mí mismo. Creía sinceramente lo que escribía, y lo sostengo hoy. Nada ha cambiado.
Había ingresado a la comunidad cada vez más numerosa de los que sufren y hacen duelo. Había estado allí pocas veces pero nunca en ese nivel. No es un ámbito en el que uno entra voluntariamente. Sin embargo, en medio del dolor abrumador, el sostén y el amor de Dios se hicieron evidentes de una manera hasta entonces desconocida para mí. Aunque la muerte de las gemelas fue el dolor más grande que había vivido, no superaba la firmeza del sostén de Dios. Mi vida transcurría en medio de una mezcla de dolor y de gracia, de duelo y de paz, de angustia y de esperanza. Y nunca me sentí tan infinitamente amado por Dios como en aquel período.
Había logrado sobrevivir la prueba o, más exactamente, Dios me había sostenido durante la tormenta. Yo esperaba continuar tanto con mi vida como con mi ministerio. Pocos meses después dejé aquella congregación en Maryland y nos mudamos a Carolina del Norte.
Mi hermano había construido una casa para nosotros, y lo había hecho considerando que al nacer las bebitas íbamos a ser una familia de seis personas. Firmamos el contrato por la casa un lunes; las niñas murieron tres días más tarde. No lo entendíamos, pero sabíamos que no era una broma de mal gusto de Dios. Mientras pastoreaba la iglesia, también me desempeñaba como profesor en el instituto bíblico Washington Bible College. Después de la muerte de nuestras hijas, continué enseñando, y viajaba desde Carolina del Norte los jueves por la noche, regresando a casa para la cena del viernes.
Casi dos años más tarde se agregó un capítulo, cuando me encontré con el hermano mellizo del duelo: el sufrimiento. Había terminado de dictar un curso de verano de dos semanas, y regresaba a casa con muchos planes para el comienzo de las vacaciones. Tuvimos que cambiar los planes. Me desperté al día siguiente y literalmente caí de bruces.
Apenas logré caminar, con mucho esfuerzo. Yo había practicado atletismo toda la vida, y pensé que tal vez tenía una lesión leve como consecuencia de haber estado trotando el día anterior. El único síntoma visible era una pequeña mancha roja del tamaño de una arveja en la base del dedo gordo del pie derecho. Sin embargo, mi estado empeoró rápidamente.
El pie derecho se hinchó y se puso de color morado negro. Pasé casi una semana en el hospital mientras los médicos realizaban innumerables estudios y procedimientos, procurando identificar el origen de esos síntomas. Mientras tanto, el misterioso invasor avanzaba por mi cuerpo: ambos
pies, ambos tobillos, rodilla derecha, cadera, muñeca izquierda, algunos dedos, y hasta la mandíbula. La inflamación generalizada y el dolor intenso iban en aumento a medida que el desconocido agresor invadía cada parte de mi cuerpo. Después de un largo proceso de descarte, los médicos determinaron que se trataba de una severa artritis reumatoidea. Sería más exacto decir que la artritis “me tenía a mí”, no que yo tenía artritis.
Quedé prácticamente inválido durante tres meses y seguí con discapacidad durante siete más. Eventualmente pude comenzar a caminar con bastón. Alrededor de un año más tarde comencé a calzarme sin sufrir dolores.
Durante las primeras etapas de la artritis conocí una nueva definición de los grados del dolor físico, ya que mi condición empeoró día tras día por un tiempo después de salir del hospital. El cuadro se volvió tan severo que no podía estar en cama; la única posición “cómoda” la encontraba en un sillón de la planta baja. El dolor no se mantenía en un nivel constante: tenía momentos intensos y en otros descendía. Por alguna razón el dolor más severo me atacaba alrededor de las cuatro de la mañana. Comenzaba a sentir latidos, que se intensificaban hasta el delirio, y luego descendían en forma gradual hasta desaparecer, unas cuatro horas más tarde.
Durante el ataque, la sensación era como si me rompieran los huesos, cada quince segundos, y me sentía tan invadido por el dolor que era imposible definir qué parte dolía: yo dolía. En algunas ocasiones los medicamentos lograban controlarlo; en otras no. Transpiraba profusamente, perdía y recuperaba la conciencia, sin darme cuenta si la había perdido, ni por cuánto tiempo. Me dejaba caer en una silla o en el suelo, agradecido de que mis hijos durmieran en la planta alta y no me vieran en ese estado.
En ese momento tenían seis y cinco años. Sabían que su papá estaba enfermo, pero no percibían la gravedad. Cuando terminaban los latidos, pasaba el resto del día intentando caminar, con la sensación de que en ambos pies se hubieran roto varios huesos. Al principio me llevaba cuatro o cinco horas “relajarme”. Pronto llegaría la noche y la batalla comenzaría nuevamente. Esta fue mi rutina durante meses.
Comencé a preguntarme si alguna vez podría volver a caminar y mantenerme de pie. Sin embargo, por extraño que parezca, si bien en este momento mi condición ha mejorado mucho, nunca llegué a preocuparme extremadamente. Como con la muerte de las gemelas, tenía la certeza de la presencia y de la paz del Señor. Sabía que él estaba al tanto de mi persona y de mi enfermedad. También sabía que el cuadro inicial de la artritis había sido en mi caso excepcionalmente severo, por lo cual me imaginaba que debía ser parte del plan de Dios para mi vida.
Lo que más deseaba era volver a predicar.
Extrañaba la aventura de explorar en profundidad la Palabra de Dios cada semana, y la alegría indescriptible de observar la manera en que Dios la aplicaba primero a mi vida y luego a la de otros. No se trata de que uno pueda negociar con Dios, pero le dije que, si tenía que elegir entre volver a caminar y volver a predicar, elegiría lo segundo. Dicho de otra manera, prefería predicar aunque sufriera de artritis, que caminar normalmente pero no predicar. No digo esto como una expresión de alarde; solo era el deseo de mi corazón, y fue Dios quien lo puso allí.
Estaba experimentando una dosis combinada de duelo y sufrimiento, pero en mi interior sabía que estábamos honrando a Dios. Confiaba plenamente en él respecto a mi próxima designación ministerial. Considerando que Dios había bendecido de manera maravillosa mis desempeños anteriores, y dado que habíamos sido probados por fuego, esperaba un ministerio más amplio.
En realidad, ocurrió exactamente lo contrario. En lugar de que las pruebas y el sufrimiento terminaran, se intensificaron cuando de manera inesperada encontré el desierto. El desierto es un territorio que no conocía. Sin embargo, comencé a descubrirlo. Mi primer paso en el proceso de aprendizaje tuvo lugar cuando escuché una canción de Michael Card titulada “In the Wilderness” (“En el desierto”). Su canción expresaba perfectamente lo que yo sentía. Antes de ese momento, percibía el desierto como un lugar mencionado en la Biblia, por ejemplo el sitio donde Satanás tentó a Jesús.
Ahora sé, a partir de estudios posteriores, que “En el desierto” es la manera en que muchos denominan al libro de Números, tomando en cuenta la cuarta palabra de la Biblia hebrea. “En el desierto” es una descripción mucho más expresiva que la designación un tanto neutra de Números. Ahora entiendo mucho más que antes de qué se trata el desierto.
No es tanto un lugar como un estado. Aun así, es notablemente real. Con frecuencia buscamos estar en la presencia de Dios, alejados de las distracciones y problemas de la vida cotidiana. A esto le llamamos retiro espiritual, o comunión con Dios. Lo que convierte al desierto en un desierto es la sensación de la ausencia de Dios.
Es esa desconcertante situación de pasar de la luz espiritual a la oscuridad espiritual, y con frecuencia darse cuenta recién cuando uno está rodeado por la niebla. Yo había enseñado y pastoreado durante más de diez años, y tengo plena seguridad de que nada, nada puede separarnos del amor de Dios en Cristo Jesús.
Aunque entiendo y reconozco que soy un pecador salvado por gracia, y que hay muchas áreas de mi vida cristiana que no llegan al nivel que Dios espera, sin embargo yo buscaba sinceramente a Dios y
procuraba servirle. No era un Jonás; era un Pablo. Pero esta situación era diferente a cualquier otra en la que me hubiera encontrado antes. Por alguna razón que me era desconocida, durante casi ocho meses fue como si Dios no deseara tener más comunión conmigo.
Me sentía como si un amigo íntimo se hubiera enojado y me hubiera tachado de su lista, pero sin explicarme las razones. El desierto es una condición extremadamente dolorosa, y extremadamente solitaria. No hace falta estar preso, aislado, o bajo persecución. Quizás la familia y los amigos nos rodean en el ambiente cómodo de nuestro hogar, y aun así estamos en el desierto. En algún sentido, fue más doloroso que la muerte de las gemelas o los estragos de la artritis.
Me sentía más confundido de lo que nunca había estado desde que comenzara a seguir a Cristo. No podía explicar a otros lo que me ocurría, porque no podía explicármelo a mí mismo. Estaba ante una muralla insuperable. No tenía dónde ir, no tenía salida, estaba completamente desprovisto de discernimiento o de rumbo. Y lo más difícil de todo era la aparente falta de comunión con Dios.
Mi vida de oración cambió de manera considerable durante este período de desierto, y estuvo marcada por reiterados episodios de llanto y de angustia. Con frecuencia hablaba intensamente con el Señor durante horas. Cuando intentaba explicarle a otros de qué se trataba, el mejor ejemplo en el que podía pensar era el del apóstol Pablo. En
Colosenses 2:1
, Pablo se refirió a la gran “lucha” en la que participaba a favor de los cristianos en Colosas y en Laodicea.
Usó la palabra griega agon, de donde proviene nuestra palabra agonía. Pablo se refería a su intercesión agónica por los de Laodicea. Este solo versículo ofrece un atisbo de lo ardua que puede ser la tarea de oración. ¿Cuál es la ocasión más reciente en la que describirías a tu oración como en agonía? Y si estás dispuesto a humillarte aun más, ¿cuándo fue la última vez a la que te referirías a tu intercesión por otros con la descripción de “en agonía”? Y si puedes empequeñecerte por completo, ¿cuándo fue la última vez en la que tu oración a favor de aquellos a quienes no conoces podría describirse como agónica? Pablo aún no conocía a los de Colosas ni a los de Laodicea, pero ya estaba comprometido en oración agónica a favor de ellos. Más aun, Pablo ofrecía esta intercesión mientras estaba prisionero en Roma.
En mi caso, no he alcanzado todavía de manera constante estos dos últimos niveles de oración sacrificial, pero la verdad es que mi vida de oración se volvió agónica y prolongada. No sé qué significó para Jacob luchar con Dios y no hubo en mi caso un síntoma físico, pero lo que yo percibía era que estaba luchando con Dios. En lugar de ser el Paracleto o el Ayudador, Dios parecía un oponente. En lugar de auxiliar o de animar, me tenía contra el piso, como rechazándome, y eso no me gustaba nada.
Parte del sufrimiento de esta etapa provenía de lo que otras personas me decían sin darse cuenta, aunque yo sabía que Dios lo entendía. Como ya dije, mi hermano nos había construido una casa hermosa, imaginada en parte con la perspectiva del nacimiento de las gemelas. Los amigos nos felicitaban por la casa y comentaban cuánto nos había bendecido Dios. En lo profundo yo sentía agitación. No quería la casa: quería a las niñas. La gente que me había visto inválido y me veía meses más tarde caminar y hasta correr nuevamente, alababa a Dios en mi presencia por su maravillosa fidelidad al restaurarme.
Una vez más me invadía la artera puntada de la tristeza. No deseaba caminar; deseaba predicar, y sabía que Dios lo entendía. De manera similar al escenario de la artritis, esta fue mi rutina durante meses. Oraba por algo, y Dios me daba exactamente lo contrario. Dios nos sostuvo y proveyó para nuestras necesidades materiales, pero no fue así con los deseos íntimos del corazón. Las oportunidades del ministerio se desvanecían delante de mis ojos. Los estudiantes a los que había enseñado durante los años previos me llamaban o escribían con entusiasmo acerca de su primera asignación pastoral, su destino en la misión o su ministerio de enseñanza.
Me compartían las cosas importantes que estaban haciendo y luego me agradecían la influencia que había sido en sus vidas. Aunque me complacía saber de ellos, y me alegraba haber cumplido algún papel en su crecimiento espiritual, no alcanzaba a comprender por qué Dios había dejado de usarme. No se trataba de que yo fuera mejor que ellos; era solo que Dios me había usado antes y ahora había decidido no hacerlo.
Tenía la sensación de que me había olvidado por completo. Mientras mis estudiantes trabajaban en sus nuevos ministerios, yo estaba en el banco y miraba cómo se me escapaban las oportunidades a las que había aspirado. Con frecuencia las referencias que daban de mí eran tan favorables que parecía imposible que no me extendieran una invitación para servir en esos lugares. A pesar de mis avales, las oportunidades se evaporaban. Yo regresaba a orar en agonía en el fondo del pozo, preguntándome por qué Dios no tenía misericordia de mí y me rescataba de la desesperación.
Aunque no los culpo por esto, una de las cosas más difíciles de soportar durante el desierto fue concurrir a distintas iglesias, especialmente aquellas que se consideran “sensibles a las personas que están en una búsqueda”. Lo más difícil eran las “canciones de alabanza”: designación errónea, porque la mayor parte de ellas son canciones acerca de nosotros mismos y acerca de lo que nos proponemos hacer para Dios (“Proclamamos que el reino ha llegado …” “Seguiré a Jesús …” “Seré fiel a Cristo”), en lugar de expresar quién es Dios y qué
hizo él por nosotros. Observaba a la congregación que cantaba con entusiasmo acerca de la experiencia cristiana y de su buena disposición a tomar la cruz y seguir a Jesús.
No se preocupaban por el sacrificio, pues tenían la victoria asegurada, y se gozarían en la presencia radiante de Dios cada día de su vida. Me quedaba pensando: “Ustedes no saben lo que dicen; simplemente no lo saben”. Escuchaba prédicas que exhortaban a las personas a aceptar a Jesús. “Él les dará una alegría inefable. Sentirán continuamente su amor y su presencia. Nunca más volverán a sentirse solos. Jesús los guiará y les dará el rumbo que ahora no tienen. La vida tendrá sentido, plenitud y alegría … lo único que deben hacer es entregar su vida a Jesús y caminar con él”. Yo me sentía interiormente desgarrado.
No es que fuera incorrecto lo que decían, sino que era incompleto. Yo estaba caminando con Jesús, pero los elementos de los que ellos hablaban estaban ausentes en mi vida, y yo no entendía por qué. Pensaba en lo hermoso que sería volver a ser un bebé en Cristo, solo para experimentar de una manera nueva la presencia y la gracia de Dios, pero no entendía por qué se ocupaba menos de aquellos que habían estado caminando con él durante años.
Una y otra vez regresaba al aislamiento de la oración. Con frecuencia repetía: “No entiendo, no entiendo”. Como padre, tengo una relación profunda y feliz con mis hijos. Eso despertaba en mí una intensa congoja. Sé que las Escrituras enseñan que Dios es nuestro Padre celestial amoroso. Sin embargo, aquí estaba uno de sus hijos clamando reiteradamente con desesperación … pero Dios no respondía. “Señor”, le dije, “tú eres mejor Padre que yo. Tú eres mi modelo en todo lo que soy como padre: amor, sostén, seguridad, disciplina, protección y estímulo. Todo lo aprendí de ti. Pero no recuerdo una situación en la que hiciera lo que tú estás haciendo ahora. No apartaría a un hijo, mostrándole desinterés cuando me buscara. No te maldeciré, y tampoco negaré que eres mi Señor y mi Dios, pero no me gusta lo que estás haciendo. Yo no trataría a mis hijos de la manera en la que me estás tratando. No entiendo. No entiendo”.
A esta altura de mi intensa lucha interior, la institución donde antes enseñaba me invitó a predicar en la capilla. Hasta una semana antes de la fecha, todavía no tenía la menor idea de cuál sería el contenido del mensaje. De alguna manera vino a mi mente el texto de
1ra. Pedro 5:10
: “Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca”.
Apenas unas semanas antes mi familia y yo habíamos sobrevivido un huracán que produjo grandes daños en el condado y en toda la región. Yo sabía que las cuatro palabras
usadas por Pedro para describir lo que Dios se proponía hacer comunicaban reconstrucción y restauración, y en algunos casos la posibilidad de rehacer algo que hubiera sufrido una devastación total. “Señor”, pregunté, “¿qué puedo decirle a esta gente? Creo en ti y en tu Palabra, y sé que esto es verdad, pero por el momento no puedo presentar este pasaje como una experiencia propia”. La situación me molestaba enormemente, porque por primera vez predicaría acerca de algo que no estaba totalmente convencido sucedería, y el remordimiento de hipocresía me enfermaba.
Golpeado, herido, cansado y desalentado, me sumergí en la Palabra de Dios. No me dispuse a preparar un sermón o a escribir un libro: me lancé a buscar respuestas de Dios y de su Palabra, en un intento de encontrar algún sentido a los últimos tres años de andar con él. Como ocurre casi siempre con Dios, lo que encontré excedió mucho más allá de lo que yo esperaba o imaginaba. Más que responder a mis preguntas, Dios respondió a mi corazón.
Entonces, de manera paciente y amorosa curó mis heridas, tal como esperaríamos que hiciera el Buen Pastor. Comparto a continuación algunas de las lecciones que me enseñó. Por momentos me mostraba lento y poco dispuesto para aprender. Estas lecciones no son imprescindibles para todos, más bien están pensadas para aquellos que están luchando con el sufrimiento en algún área de la vida, especialmente con la dolorosa perplejidad de por qué Dios permitiría tanta miseria, cuando sabemos que podría solucionarla en el momento que quisiera. La expectativa es que nos de una nueva percepción de la inmensurable gracia de Dios, mientras él usa el sufrimiento para acercarnos a él y para conformarnos cada vez más a la imagen de Cristo.
En esencia, estas lecciones nos confirman la verdad de que Dios es Dios, y que él tiene todo bajo control. No importa cuán largo sea nuestro caminar con Dios, es imposible quedarse al margen de esta doctrina esencial; Dios no lo permitiría. Si este escrito le ayuda a usted o a alguien que usted conoce a sobrellevar los tiempos difíciles del sufrimiento, o los tiempos más difíciles del desierto, entonces habrá valido la pena. Lo invito a acercarse con el corazón y con sus heridas. Pero no necesita traer la copa: Dios tiene una para usted.
viernes, 5 de febrero de 2016
Honra a tu padre y a tu madre, como Jehová tu Dios te ha mandado, para que sean prolongados tus días, y para que te vaya bien sobre la tierra que Jehová tu Dios te da
DEBES SABERLO
pastoreen el rebaño que Dios les ha dado, velando por él, no por obligación, sino voluntariamente, como quiere Dios; no por la avaricia del dinero, sino con sincero deseo. 1Pedro 5:2
INFORMACIÓN
ORGANIZACIÓN FAMILIAR EN TIEMPOS BÍBLICOS
La familia en los tiempos bíblicos
El propósito de este estudio es considerar las diferentes formas en que se organizaba la vida familiar en los tiempos bíblicos, sus costumbres y tradiciones.
Es probable que lo que hoy llamamos «familia» muy poco tenga que ver con las expresiones culturales de la época bíblica. Una comprensión de esas diferencias nos ayudará a retomar la tarea siempre nueva de encontrar en la Escritura —en medio de los elementos culturales en que ésta fue escrita— los principios y valores necesarios para orientar nuestro trabajo teológico y pastoral hoy en día y en nuestro contexto.
El grupo social llamado «familia» se encuentra presente en todas las culturas desde los tiempos antiguos hasta los contemporáneos.
Científicos sociales que han estudiado los diferentes pueblos alrededor del mundo parecen coincidir en la observación de que «en toda sociedad conocida, casi cada persona vive sumergida en una red de derechos y
obligaciones familiares». El término describe una diversidad de realidades sociales desde la red extensa de parientes —que se encuentra especialmente en sociedades agrarias— hasta la familia nuclear contemporánea y sus variantes, peculiar de las áreas urbanas e industrializadas del mundo.
Las definiciones de «familia» se forjan cultural e históricamente. En la parte noroccidental del mundo, donde se han experimentado por más tiempo los efectos de la industrialización, la familia nuclear tiende a ser normativa. En la parte sur del mundo, donde otros modos de producción y organización social coexisten y la supervivencia depende en gran parte de las redes de parentesco, el término «familia» tiene un sentido más amplio. Aunque todos tenemos una noción bastante definida de lo que es una familia, todavía es difícil establecer una definición universal y normativa.
Lo que distingue a la familia de otros grupos sociales es sus funciones: un lugar común de residencia, la satisfacción de necesidades sexuales y afectivas, la unidad primaria de cooperación económica, y la procreación y socialización de las nuevas generaciones.
Sin embargo, estas funciones, tradicionalmente asignadas a la familia, describen mejora la tribu, al clan o a la familia extendida. Históricamente —y ese es el caso de las familias en la Biblia— la raza humana ha existido primeramente en grupos sociales más extensos que la familia nuclear. Cuando la convivencia humana creció en su complejidad, tribus y clanes dieron lugar a la familia extendida y a un sinnúmero de instituciones sociales secundarias.
La familia nuclear es una adaptación posterior. Esto no quiere decir que el núcleo constituido por hombre-mujer y sus hijos no existiera antes de la era industrial, sino que no se lo consideraba como «familia» aparte de esas redes más extensas y entretejidas de relaciones familiares. En breve, hoy en día se considera familia tanto la «unidad social básica formada alrededor de dos o más adultos que viven juntos en la misma casa y cooperan en actividades económicas, sociales y protectoras en el cuidado de los hijos propios o adoptados», como la «red más extensa de relaciones establecidas por matrimonio,
nacimiento o adopción». En todo caso, las maneras en que esas relaciones se establecen, los derechos y obligaciones asignados a los sexos, y el número de personas que la forman, difieren grandemente de un lugar a otro de acuerdo con la cultura, la clase social, la religión y la región del mundo donde se vive.
La familia en el Antiguo Testamento
Es tarea imposible tratar de exponer en unos pocos párrafos la enorme variedad de expresiones familiares y su evolución a lo largo de miles de años que cubre el Antiguo Testamento. Durante ese período se dieron muchos cambios.
Abraham vivió una vida semi-nómada. Sus descendientes, que se asentaron en Canaán, construyeron ciudades e interactuaron con la gente de la región. Cuando decidieron tener un rey en vez de jueces locales, experimentaron la prosperidad, pero también los trabajos forzados, los impuestos y la brecha creciente entre ricos y pobres. Luego de la división del país en dos reinos, las invasiones de Siria, Egipto, Asiria, y Babilonia, así como los setenta años de exilio y luego el control político por parte de Persia, Grecia y Roma, sin duda imprimieron huellas profundas e introdujeron cambios significativos en la vida familiar de la gente del Antiguo Testamento.
Sin embargo, es posible afirmar que la familia fue de central importancia en la organización de las sociedades veterotestamentarias.
Sin duda que otros factores estuvieron presentes en la formación de las sociedades de los períodos más remotos que da cuenta el Antiguo Testamento, pero ninguno de ellos desempeñó un papel más importante que la familia... Todos los asuntos públicos fueron, hasta cierto punto, asuntos familiares; estaban regulados por los ancianos, o sea los cabeza de familia y de los clanes.
En el tiempo de la peregrinación de Israel por el desierto se definió su estructura. Una tribu estaba formada por varios clanes que a su vez eran grupos de familias unidas por lazos de consanguinidad (
Jos. 7.14-18
). En esa estructura social Israel veía a cada individuo como
miembro de una familia. Cada familia a su vez estaba unida a otras familias que formaban un clan. El clan a su vez estaba unido en grupos más extensos, formando las tribus, de modo que toda la nación de Israel era en efecto, una gran familia de familias.
La familia en el Antiguo Testamento era definitivamente patriarcal. Uno de los términos para designarla es «casa paterna» (
bet ab
). Las genealogías se presentan siempre a través de la línea paterna. El padre tenía sobre los hijos, incluso los casados, si vivían con él, y sobre sus mujeres, una autoridad total, que antiguamente llegaba hasta el derecho de vida o muerte. La desobediencia y la maldición a los padres eran castigadas con la muerte (
Éx. 21:15–17
;
Lv. 20:9
;
Pr. 20:20
). A medida que el sistema legal evolucionó, ese derecho del padre fue transferido a las cortes, pero en esencia no cambió: ante la queja de un padre, la corte generalmente pronunciaba sentencia de muerte.
Otro de los términos usados en el Antiguo Testamento para familia en el hebreo es
mishpahah
, que significa familia, pero también clan, tribu, pueblo, y describe al grupo de personas que habitan en un mismo lugar o en varias aldeas, que tienen intereses y deberes comunes, y cuyos miembros son conscientes de los lazos de sangre que los unen, por lo que se llaman «hermanos» (
1 S. 20:29
).
Otra palabra en el Antiguo Testamento para designar familia era «casa» (
bet o bayit
). Se la usa para denotar vivienda, y figuradamente el lugar donde Jehová habita (especialmente con referencia al tabernáculo o al templo). También significa familia, descendencia y hasta un pueblo entero, como en «la casa de Israel» (
Jos. 24:15
y
Ez. 20:40
). La palabra «casa» aparece más de dos mil veces en toda la Biblia.
Los patriarcas hebreos seguían las costumbres de sus vecinos con respecto a tener más de una esposa; es decir, eran polígamos. Una familia de aquellos tiempos, con frecuencia, incluía al esposo, sus esposas y sus hijos, sus concubinas y sus hijos, los hijos casados, las nueras y los nietos, esclavos de ambos sexos y sus hijos nacidos bajo ese techo, los extranjeros residentes en su predio, las viudas y los
huérfanos, los allegados y todos cuantos estaban bajo la protección del jefe de la familia. Cuando Lot fue tomado prisionero por los reyes de Canaán, Abraham «juntó a los criados de confianza que habían nacido en su casa que eran 318 hombres en total» (
Gn. 14:14
) y logró rescatar a su sobrino.
Un término importante para nuestra discusión es «padre» (
’ab
). Se usaba para referirse no sólo al padre, sino al abuelo, y a los antepasados distinguidos como Abraham. También se aplicaba a hombres de mucho respeto, sin que mediara parentesco alguno. El padre cumplía funciones sacerdotales. Religión y familia estaban entretejidos con las mismas hebras. La comunidad de adoración básica que mantenía la cohesión social de ese entonces era la familia.
Al igual que en otros grupos humanos a su alrededor, entre los hebreos el padre de la casa era también el sacerdote que vigilaba las relaciones entre la gente de su casa y Dios (
Job 1:5
). Esto es mucho más evidente después del Éxodo, cuando el padre ocupa el lugar predominante en el ritual de la pascua (
Éx. 12:21–28
). Los miembros de la familia estaban bajo estricta obligación de reunirse en el santuario familiar (
1 S. 20:29
). Quien cumplía esta función religiosa en lugar de un padre, adquiría tal dignidad. Así Moisés fue llamado «padre» de los hijos de Aarón (
Nm. 3:1
). Los profetas eran llamados «padres» por sus discípulos (
2 R. 2:12
). Más tarde los rabinos fueron también llamados «padres».
El pueblo de Israel también usaba la palabra «padre» para referirse a Dios. La Biblia la usa para hacer referencia a la relación de Dios con su pueblo (
Dt. 14:1
;
Is. 64:8
;
Pr. 3:12
). En la relación de Jehová con el pueblo de Israel, éste es llamado «hijo» o «hija», y a veces «esposa» (
Os. 11:1
;
Jer. 3:22
;
31:17
;
Is. 54:6
). En
Isaías 66:13
la imagen análoga para Jehová es la de una madre, y en
Isaías 54:5
es «marido».
La fertilidad era considerada como parte esencial de la promesa de Dios al pueblo judío. Se hacían provisiones para asegurarla. Por ejemplo, si un hombre casado moría sin dejar hijos, su hermano estaba en la obligación de tomar a la viuda por esposa a fin de continuar la descendencia de su hermano fallecido (
Dt. 25:5–10
). Una mujer estéril
podía dar una de sus esclavas al marido para que, a través de ella, pudiera tener hijos (
Gn. 30:1–13
).
Los niños estaban incluidos en el Pacto o alianza de Dios con Israel mediante la circuncisión que se realizaba a los ocho días de nacido un varón. Los niños eran instruidos en la Ley por el padre en el contexto cotidiano del hogar (
Dt. 6:4–9
) y participaban activamente en las celebraciones de la Pascua y otras festividades religiosas en el hogar. Solamente después del exilio babilónico se institucionalizó la instrucción religiosa. Se ponía mucho énfasis en la obediencia a los padres y maestros y se usaba con frecuencia la vara y el castigo corporal para disciplinar a los niños (
Pr. 22:15
;
13:24
).
La condición de la mujer
Aunque las mujeres hacían gran parte de los trabajos duros de la casa y del campo, ocupaban un lugar secundario tanto en la sociedad como en la familia. Las solteras estaban bajo la tutela de su padre o de un guardián. Al parecer, las mujeres eran tratadas más bien como prendas de valor al ser «compradas» por sus futuros esposos, e incluso vendidas como esclavas (
Éx. 21:7
). Por norma, sólo los hijos varones tenían derecho a la herencia, y el hijo mayor tenía derecho a una doble porción de la propiedad de su padre. Sólo si no había varones en la familia, las hijas podían heredar a su padre. Si una familia no tenía hijos, la propiedad pasaba al pariente varón más cercano.
El compromiso nupcial (o el acto de contraer esponsales) era un contrato entre dos jóvenes realizado frente a dos testigos. La pareja se intercambiaba anillos o brazaletes. El novio o su familia tenía que pagar una suma de dinero, llamada
mohar
, al padre de la novia. A veces podía pagarlo en trabajo (
Gn. 29:15–30
). Al parecer, el padre sólo podía gastar el interés de ese capital, el cual debía devolverse a la hija a la muerte de sus padres o si ella enviudaba. Labán parece haber quebrantado esa costumbre (
Gn. 31:15
). El padre de la muchacha, a cambio, le daba una dote que solía consistir en sirvientas, regalos o tierras.
El matrimonio era un evento más bien civil (familiar y comunal) antes que religioso. La boda se celebraba cuando el novio tenía ya su casa lista. Con sus amigos iba a la casa de la novia, en donde ella lo esperaba ataviada con su vestido especial para la ocasión y con un
puñado de monedas que él le había entregado anteriormente. De allí el novio la llevaba a su nueva casa o a la casa de sus padres en donde se hacía la fiesta con los invitados. En el trayecto, amigos, vecinos e invitados formaban un cortejo con música y danzas.
En el matrimonio del Antiguo Testamento, el marido era el señor (
ba’al
) de su esposa. Por medio del matrimonio la mujer pasaba a ser propiedad del esposo. Las mujeres eran preciadas como potenciales madres destinadas a dar al clan el más precioso de los dones: hijos, y especialmente varones. De ahí que la esterilidad —atribuida generalmente a una falla en la mujer— era un estigma, considerado como castigo de Dios (
Gn. 16:1–2
;
1 S. 1:6
). Sólo cuando la mujer llegaba a ser la madre de un hijo varón obtenía su completa dignidad en el hogar (
Gn. 16:4
;
30:1
).
El no tener un hijo era todavía más difícil de sobrellevar para el esposo: su casa (su descendencia) estaba amenazada por la extinción; las hijas se casaban y se iban; sólo los varones podían hacerse cargo del culto familiar, de discutir la ley y de portar las armas.
La falta de hijos en un matrimonio conducía a veces al divorcio o la poligamia. Entre los hebreos, como entre la gente del mundo antiguo en general, el tener una numerosa prole era un deseo muy generalizado. Una bendición muy apreciada tenía que ver con la abundancia de hijos (
Gn. 24:60
), quienes eran considerados como «saetas en manos del valiente» (
Sal. 127:3–5
). Más tarde, cuando se adoptó una forma de vida más sedentaria, las mujeres llegaron también a ser apreciadas por su eficiencia en el trabajo hogareño (
Pr. 31:11–30
).
Es interesante notar que, a pesar de tratarse de una sociedad patriarcal, muchos textos bíblicos mencionan al hombre y a la mujer juntos y en igual plano. Un primer ejemplo es
Génesis 1
, en donde los dos son hechos a imagen de Dios, ambos reciben el mandato de procrear y señorear. Este es en sí un pasaje en contra de la cultura dominante en donde sólo el varón, y en muchos lugares sólo el rey, podía ser imagen de Dios. Otro ejemplo es el quinto mandamiento que habla sobre el honor que deben los hijos a ambos progenitores (
Éx. 20:12
).
Débora, «la madre de Israel» (
Jue. 5:7
), es una figura atípica del mundo antiguo, posible en un momento específico de la historia de Israel, antes de la monarquía. El libro de Proverbios habla varias veces de la necesidad de respetar y obedecer la enseñanza de padre y madre (
Pr. 1:8
;
6:20
). El hablar mal del padre o calumniar a la madre se castigaba con la muerte (
Dt. 21:18
,
21
;
Éx. 21:15
).
En los escritos de los profetas se observa que la familia, llamada a ser el altar de la fe y de la instrucción espiritual, se convertía a veces en el foco de desorientación (
Jer. 9:13–14
;
Am. 2:4
). El deterioro de la familia era un poderoso recordatorio para «volverse a Dios» (
Mi. 7:6–7
).
Varios de los profetas levantaron sus voces para hacer volver al pueblo a una relación familiar más justa y satisfactoria como parte de su compromiso con Dios. Oseas fue un testimonio viviente de la preocupación de Dios por la monogamia. Miqueas abogó por el amor en la familia y el respeto por los progenitores. Isaías proclamó la fidelidad conyugal de Yahweh, el esposo, hacia Israel. Ezequiel continuó favoreciendo el matrimonio monogámico y el reconocimiento de un lugar más alto para la mujer tanto en la familia como en la sociedad.
Con el paso del tiempo evolucionó la estructura de la familia en Israel. La vida urbana trajo cambios. El tipo de vivienda en aldeas y ciudades restringió el número de personas que podían vivir en el mismo lugar. Disminuyó el número de esclavos en cada casa. El juicio de un hijo rebelde pasó a manos de los ancianos de la ciudad (
Dt. 21:18–21
). Precisamente en la época postexílica, según los relatos de los libros sapienciales, la familia judía se nos muestra más evolucionada: el amor marital y la educación de los hijos son preocupaciones constantes y la monogamia se supone como la forma corriente de relación conyugal.
La familia en los tiempos de Jesús
La primera página del Nuevo Testamento ubica a Jesús, el Mesías, como miembro de la familia de David y de Abraham (
Mt. 1:1
). La culminación y el cumplimiento de las promesas del pacto hechas en el Antiguo Testamento se dan en la persona y obra de Jesucristo, nacido en la trayectoria de una familia (
Mt. 1:1
;
Lc. 3:23–38
;
Ro. 4:13
;
Gá. 3:6
,
7
,
16
). Todos estos textos son una continuación de la manera en que el Antiguo Testamento se aproxima al cumplimiento de las promesas en el contexto de la familia. De modo que, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, las declaraciones acerca del matrimonio y de la familia están ligadas con el mensaje total de las Escrituras que dan testimonio de Jesucristo (
Jn. 5:39
).
También el Nuevo Testamento usa el término «casa» (
oikos
en griego) para describir la familia. Se habla, por ejemplo, de «la casa
de Israel» (
Mt. 10:6
;
Hch. 2:36
;
Heb. 8:8–10
) y de «la casa de David» (
Lc. 1:27
,
69
;
2:4
) para indicarla línea de familia o el linaje.
Las mujeres, siguiendo la tradición del Antiguo Testamento, tampoco eran consideradas «iguales» a los hombres. La mujer estaba obligada a obedecer a su marido como a su dueño... y esta obediencia era un deber religioso. Además, estaban excluidas de la vida pública. Joachim Jeremias escribe:
Las hijas, en la casa paterna, debían pasar después de los muchachos; su formación se limitaba al aprendizaje de los trabajos domésticos, coser, tejer en particular; cuidaban también de los hermanos y hermanas pequeños. Respecto al padre, tenían ciertamente los mismos deberes que los hijos. Pero no tenían los mismos derechos que sus hermanos, respecto a la herencia, por ejemplo, los hijos y sus descendientes precedían a las hijas.
Según Josefo, el historiador judío del primer siglo, tanto los derechos como los deberes religiosos de las mujeres eran limitados. Sólo podían entrar en el templo al atrio de los gentiles y al de las mujeres. Había rabinos que sostenían que a la mujer no se le debía enseñar la ley. Las escuelas, donde se enseñaba la ley y además a leer y escribir, eran exclusivamente para varones. Sólo a algunas hijas de familias de elevado rango social les era permitido estudiar. En las sinagogas había separación entre hombres y mujeres. En el culto, la mujer sólo escuchaba; le estaba prohibido enseñar. En casa, la mujer no podía bendecir la comida. En general, la mujer en la cultura judía estaba segregada a un segundo plano, al igual que las mujeres de las culturas vecinas de la época.
Si la mujer ocupaba un lugar secundario en la vida doméstica, y sus deberes y derechos religiosos estaban limitados, en la vida pública no participaba en absoluto. Cuando la mujer judía de Jerusalén salía de casa, llevaba la cara cubierta con dos velos y otros atavíos que imposibilitaban reconocerlos rasgos de sus cara. La mujer que salía sin llevar la cabeza y la cara cubiertas ofendía las buenas costumbres al punto de exponerse a que su marido ejerciera el derecho —¡incluso el deber!— de despedirla, sin que estuviese obligado a pagarle la suma estipulada en el contrato en caso de divorcio.
En síntesis, las mujeres
debían pasar inadvertidas ante el público. Era una gran deshonor para un alumno de los escribas hablar con una mujer en la calle. El escriba Yosé Yojanán, que vivió un poco antes del tiempo de Jesús, recomendaba no hablar mucho con una mujer, incluso con la propia.
Mientras más notable era una familia, más estrictas eran las restricciones impuestas a las mujeres. Las solteras estaban restringidas al umbral de la casa paterna y las casadas debían portar siempre el velo. En las clases populares y en el campo, por razones económicas, parece que estas restricciones no se aplicaban en su totalidad, y las mujeres podían ayudar a sus maridos en sus trabajos y negocios.
Los esponsales, que precedían al contrato matrimonial, se realizaban cuando las jóvenes tenían entre doce y doce años y medio de edad. Hasta ese momento, la joven estaba totalmente bajo la potestad del padre: no tenía derecho a poseer el fruto de su trabajo, ni a rechazar el matrimonio decidido por su padre.
Con los esponsales el joven «adquiría» a la novia. Joachim Jeremias se pregunta si existía acaso una diferencia entre la adquisición de una esposa y la adquisición de una esclava, y se responde que no, aparte de dos hechos: a) la esposa conservaba el derecho jurídicamente reconocido de poseer los bienes (no de disponer de ellos) que había traído de su casa y b) la esposa tenía el amparo del contrato matrimonial que le aseguraba recibir una suma de dinero en caso de divorcio o de muerte del esposo.
Aunque los varones eran considerados adultos a los trece años, después de una ceremonia que los hacía «hijos de la ley» y que ocurría generalmente en el templo (
Lc. 2:41–42
), accedían a los esponsales y al matrimonio unos años más tarde que las niñas. Un dicho atribuido al rabino Samuel «el Joven» (fin del siglo
i
) contempla que «a los cinco años se está listo para la Escritura; a los diez para el Mishna; a los trece para el cumplimiento de los mandamientos; a los quince años para el Talmud; a los diez y ocho para la alcoba de la novia...»
El matrimonio tenía lugar ordinariamente un año después de los esponsales. Allí pasaba la novia definitivamente del poder del padre al poder del esposo. La joven pareja generalmente iba a vivir con la familia del esposo. Allí, además de enfrentar la desventaja de tener que adaptarse a una comunidad extraña, la joven quedaba en total
dependencia de su marido.
Aunque en los tiempos del Nuevo Testamento ya imperaba la monogamia, la esposa estaba en la obligación de tolerar la existencia de concubinas junto a ella. Además, el derecho al divorcio era exclusivo del hombre. El marido podía «despedir» a su mujer (
Mt. 19:3
), según algunas interpretaciones de
Deuteronomio 24:1
, en caso de encontrar en ella «alga vergonzoso», quedando este recurso al capricho del hombre. Los hijos, en caso de divorcio, quedaban con el padre, lo que constituía la prueba más dura para la mujer.
«Sólo partiendo de este trasfondo —dice Joachim Jeremias— podemos apreciar plenamente la postura de Jesús ante la mujer». Si bien Juan el Bautista había bautizado a mujeres (
Mt. 21:32
), Jesús permitió que mujeres le siguieran (
Lc. 8:1–3
;
Mr. 15:40–41
;
Mt. 20:20
). Jesús no sólo habló con mujeres (
Jn. 4
;
Jn. 8:2–11
) sino que discutió con ellas temas teológicos (
Lc. 10:38–42
;
Jn. 11:21–27
) en una época en que ningún rabino se atrevía a hacerlo.
Estos acontecimientos no tienen parangón en la historia de la época. Es más, Jesús no se contenta con colocar a la mujer en un rango más elevado que aquel en que la había colocado la cultura de su tiempo, sino que la coloca ante Dios en igualdad con el hombre (
Mt. 21:31–32
). Si bien es cierto que Jesús no tomó mujeres entre los doce discípulos, no significa que estableció que para el resto de la historia las mujeres quedarían fuera de las funciones oficiales de enseñanza y gobierno de la iglesia. La profesora Irene Foulkes encuentra más bien en esto la clave hermenéutica para el inicio del nuevo Israel.
El nombramiento de los doce —dice ella— era una especie de parábola actuada: significaba el arranque de un nuevo pueblo «que sobrepasaría en mucho a la vieja nación definida en términos de descendencia humana de los doce patriarcas»
.
lunes, 1 de febrero de 2016
No seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error
DEBES SABERLO
pastoreen el rebaño que Dios les ha dado, velando por él, no por obligación, sino voluntariamente, como quiere Dios; no por la avaricia del dinero, sino con sincero deseo. 1Pedro 5:2
INFORMACIÓN
LOS DEÍSMOS QUE NOS ALEJAN DE DIOS
PREGUNTAS ACERCA DE OTROS DIOSES
Hay muchos «dioses» diferentes que compiten por los corazones y las mentes de la gente en la actualidad. El modo en que pensamos en cuanto a cómo es Dios y su relación con el mundo determina en gran parte la manera en que enfocamos las cosas de nuestro diario vivir. Por ejemplo, las personas con diversas creencias acerca de Dios pueden considerar en formas diferentes los problemas del hambre mundial o de los derechos civiles.
Alguien que crea que todo es parte de Dios, como los panteístas orientales, considerará que cualquier cosa dolorosa o mala es irreal; por lo tanto, podría dirigir seminarios sobre meditación para hacer que las víctimas vean que sus problemas son solo ilusiones suyas. Una persona que piense que Dios se desarrolla con el progreso del mundo, tal vez se enrole en alguna organización de ayuda a países con hambrunas o en Amnistía Internacional, creyendo firmemente que contribuye a mejorar a Dios. Alguien que tenga fe en el Dios de la Biblia mostrará compasión a quienes estén necesitados y proveerá alimento, ropa y refugio.
Estas personas tienen diferentes maneras de ver el problema, con distintas motivaciones para resolverlo debido a sus diversos puntos de vista acerca de Dios. La manera en que uno entienda a Dios determinará, en gran medida, la forma en que ve al mundo. A cada una de esas concepciones las llamamos cosmovisión, y son seis las que se oponen mayormente al cristianismo, las que deseamos examinar:
1.
Ateísmo—Dios no existe
2.
Deísmo—Dios existe, pero no hace milagros
3.
Panteísmo—Todo es Dios
4.
Panenteísmo —Dios se desarrolla junto con el mundo
5.
Deísmo finito—Dios existe, pero es limitado y/o imperfecto
6.
Politeísmo—Existen muchos dioses
Examinaremos en cada una de estas ideas el punto de vista acerca de Dios, el mundo, el mal, los milagros y los valores morales o éticos. El diagrama que sigue organiza esas variadas cosmovisiones de acuerdo con las opciones lógicamente posibles concernientes a Dios. Cada nivel del diagrama plantea una de las cuatro preguntas básicas respecto a Dios: ¿Cuántos dioses hay? ¿Son finitos o infinitos?
SIETE COSMOVISIONES PRINCIPALES
¿Se identifican con el mundo o no? ¿Son posibles los milagros? Escribimos en cursivas el nombre de cada cosmovisión y el camino que lleva a la conclusión cristiana lo escribimos en negritas.
ATEÍSMO: ¿Y SI NO HAY DIOS?
Aunque una encuesta reciente indica que solo un cinco por ciento de los norteamericanos no cree en Dios, la influencia de los pensadores ateos está, ciertamente, muy difundida en nuestra época. La mayoría de los estudiantes universitarios ha estudiado las obras o pensamientos del existencialista Jean Paul Sartre, el comunista Karl Marx, la capitalista Ayn Rand o los sicólogos Sigmund Freud y B.F. Skinner. El movimiento «Dios ha muerto» de los años sesenta tuvo como lema el siguiente pasaje, tomado de Friedrich Nietzsche:
«¿A dónde se fue Dios?» gritó. «¡Te lo explicaré! ¡Lo matamos: tú y yo! ¡Todos nosotros somos sus asesinos! … ¿Acaso no oímos el ruido de los enterradores que lo están sepultando?… ¡Dios ha muerto! ¡Dios sigue muerto!»
Sin embargo, no todos los ateos son tan militantes. Karl Marx se hizo eco de los sentimientos de muchos ateos modernos cuando escribió: «Hoy no hay lugar para un creador o un gobernante en nuestra concepción evolucionista del universo».
Mientras el
escéptico
duda que Dios exista y el
agnóstico
dice que no se puede saber si hay Dios afuera [de sí mismo], el ateo proclama que no hay Dios. Solo existe el mundo y las fuerzas naturales que operan en él.
¿Religión sin Dios?
En 1961, la Corte Suprema de Estados Unidos dictaminó la existencia de ciertas religiones ateas, y citó entre ellas al
budismo hinayana, el taoísmo y el humanismo secular. He aquí algunas de las creencias del humanismo secular:
1.
«Los humanistas religiosos consideran al universo como autoexistente y no como creado».
2.
«El humanismo cree que el hombre es una parte del universo y que emerge como resultado de un proceso continuo».
3.
«No encontramos propósito o providencia divinos para la especie humana … Ninguna deidad nos salvará; debemos salvarnos nosotros mismos».
4.
«Afirmamos que los valores morales tienen su origen en la experiencia humana. La ética es autónoma y situacional, y no necesita sanción teológica ni ideológica».
5.
«La educación moral para niños y adultos es una manera importante para desarrollar conciencia y madurez sexual».
6.
«El individuo debe experimentar una gama completa de libertades civiles en todas las sociedades para realzar la libertad y la dignidad. Esto incluye … el derecho individual a morir con dignidad, la eutanasia y el derecho a suicidarse».
(Todas son citas del
Manifiesto Humanista I y II
, por Paul Kurtz, Prometheus Books, Buffalo, 1973).
¿QUÉ CREEN LOS ATEOS ACERCA DE DIOS?
Hay diferentes clases de ateísmo. Algunos creen que Dios existió una vez, pero murió en el cuerpo de Jesucristo. Otros dicen que es imposible hablar de Dios porque no podemos saber nada de Él, así que puede muy bien no existir. Aun otros dicen que ya no se necesita el mito de Dios que una vez floreciera entre los hombres. Pero el enfoque clásico sostiene que nunca hubo ni habrá Dios en el mundo o más allá. Quienes tienen esta cosmovisión objetan que
los argumentos para demostrar la existencia de Dios son defectuosos. Dios es sencillamente una creación de la imaginación humana.
¿QUÉ CREEN LOS ATEOS ACERCA DEL MUNDO?
Muchos creen que el mundo es increado y eterno. Otros dicen que empezó a existir «de la nada y por nada». El mundo se autosostiene y se automantiene. Aducen que si todo necesita una causa, entonces uno puede preguntar: «¿Qué causó a la primera causa?» Así pues, proclaman que debió existir una serie de causas que se remontan al pasado eterno. Algunos dicen sencillamente que el universo no es causado, sino que está ahí.
¿ QUÉ CREEN LOS ATEOS EN CUANTO AL MAL?
Afirman la realidad del mal aunque niegan la existencia de Dios. Piensan que el mal es una de las principales pruebas de que no hay Dios. El filósofo ateo se pregunta qué obligaría a un cristiano a admitir que sus creencias son falsas, creyendo aun en la existencia de Dios, a pesar de que el mal continúa presente en el mundo. Algunos también alegan que es absurdo creer en Dios, ya que si Él hizo todas las cosas, también debe haber hecho el mal.
¿ QUÉ CREEN LOS ATEOS ACERCA DE LOS VALORES?
Si no hay Dios, y si el hombre no es más que un conjunto de sustancias químicas, no hay razón para creer que algo tenga valor eterno. Los ateos creen que la moral es relativa y situacional. Puede que haya algunos principios éticos que perduren más que otros, pero todos fueron creados por el hombre, no revelados por Dios. La bondad es definida como cualquier cosa que apunte al logro de los resultados deseados.
Los filósofos ateos plantean ciertas preguntas que nos desafían a pensar en nuestra fe. Sin embargo, las objeciones que suscitan
contra la existencia de Dios ya fueron vistas en el capítulo dos. Dicho en forma breve, una serie infinita de causas es imposible e innecesaria, porque los cristianos nunca dijeron que todo necesite una causa, solamente los eventos o cosas que cambian necesitan causas. Preguntar: «¿Qué causó a la primera causa?» es como plantear: «¿Cómo se ve un triángulo cuadrado? o ¿Cómo huele el azul?» Son preguntas sin sentido. Los triángulos no pueden tener cuatro lados; los colores no huelen; y las primeras causas no tienen causas porque son primeras. (Véase el capítulo
cuatro
para saber las respuestas acerca del mal.)
DEÍSMO: ¿Y SI DIOS HIZO EL MUNDO, Y DESPUÉS LO DEJÓ SOLO?
Los deístas tienen una visión de Dios muy parecida a la cristiana, salvo que piensan que jamás obra milagros. Concuerdan en que hizo el mundo, pero creen que lo deja trabajar en base a los principios naturales. Él «supervisa» la historia humana, pero no interviene. Pueden comparar a Dios con un relojero que hace un reloj, le da cuerda, y después lo deja que funcione solo.
Los deístas surgen del Iluminismo del siglo XVIII, ponen la razón por encima de la revelación (puesto que esta última es un milagro). Algunos deístas famosos son Thomas Hobbes, Thomas Paine, y Benjamín Franklin. Thomas Jefferson usó sus criterios deístas para sacar todos los milagros de la Biblia. Su Evangelio de Juan termina en el capítulo diecinueve con las palabras: «Y en el lugar donde había sido crucificado, había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual aún no había sido puesto ninguno. Allí, pues, por causa de la preparación de la pascua de los judíos, y por que aquel sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús». En las Biblias normales, todo lo que sigue (
Juan 20–21
) trata precisamente de la resurrección.
Thomas Paine (1737–1809) fue uno de 105 deístas más militantes que ha existido, como se advierte en su libro La edad de la razón (1794–95). Sostenía que el Iluminismo terminó con la necesidad de una religión revelada y que había llegado la edad de la ciencia, diciendo: «LA PALABRA DE DIOS ES LA CREACIÓN QUE CONTEMPLAMOS». El universo «revela al hombre todo lo que le es necesario saber acerca de Dios». Despreció especialmente al cristianismo, temiendo que podría amenazar a un gobierno republicano.
«De todos los sistemas religiosos inventados, no hay otro más insultante para el Todopoderoso, más destructor para el ser humano, más repugnante a la razón, ni más contradictorio en sí mismo que esa cosa llamada cristianismo. Es demasiado absurdo para creer, demasiado imposible para convencer, y demasiado incoherente para practicar; entorpece el corazón, y produce nada más que ateos o fanáticos. Sirve, como poderoso motor, al propósito del despotismo; y como medio de enriquecimiento, a la avaricia de los sacerdotes; pero en cuanto concierne al bien de los hombres en general, conduce a nada, aquí o más allá.» (Citas de
The Complete Works of Thomas Paine
, ed. por Calvin Blanchard, Belford, Clark & Co., Chicago, 1885.)
¿QUÉ CREEN LOS DEÍSTAS ACERCA DE DIOS?
Casi todo lo que un teísta cree, excepto en los milagros. Creen que Dios está más allá del mundo, personal, todo bueno, todo amante, todopoderoso y omnisciente. Hasta le oran. Sin embargo, piensan que nunca interviene en forma especial para ayudar a la humanidad. Como eso también significa que Jesús no fue Dios (eso sería un milagro), no hay razón para que crean que Dios es una Trinidad. La idea de tres personas en una sola naturaleza (la Trinidad) es
matemática mala para ellos. Debido a que el juicio de Dios sería una intervención suya en los asuntos humanos, algunos deístas son universalistas, pues aseveran que nadie será juzgado.
¿QUÉ CREEN LOS DEÍSTAS EN CUANTO AL MUNDO?
Al igual que los teístas, los deístas piensan que el mundo fue creado por Dios y que podemos saber algo de Él con solo ver al mundo. Este, dicen, es la única y sola revelación de Dios. Nos dio conciencia para que podamos entenderlo mediante las cosas que hizo.
¿QUÉ CREEN LOS DEÍSTAS RESPECTO AL MAL?
Concuerdan en que las acciones del hombre son la fuente del mal. La mayoría de ellos reconocen un principio maligno que opera dentro del ser humano. Algunos culpan del mal al uso —abusivo o negligente— de la razón para regir la vida. Para la mayoría de los deístas, el hombre enfrentará, consecuentemente, recompensa o juicio después de la muerte.
¿QUÉ CREEN LOS DEÍSTAS ACERCA DE LOS VALORES?
Sostienen que todas las leyes morales se basan en la naturaleza; sin embargo, como la razón es el único medio de conocer las leyes morales, hay desacuerdo entre ellos respecto de cuáles son obligatorias y cuán universales son. Algunos reconocen el anhelo de la felicidad como el único principio moral que guía sus acciones. Todas las leyes morales específicas serían, entonces, aplicadas en forma diferente de acuerdo a las diversas circunstancias según lo dicte la razón.
¿CÓMO DEBEMOS RESPONDER AL DEÍSMO?
El deísmo es incongruente hasta en su premisa más elemental. Los deístas creen en el milagro más grande de todos (la creación), pero rechazan lo que consideran milagros menores. Si Dios fue
suficientemente bueno y poderoso para crear el mundo, ¿no es razonable suponer que puede y podrá cuidarlo también? Si puede hacer una cosa de la nada, más aún puede hacerlo a partir de algo; como, por ejemplo, cuando Jesús hizo vino del agua. Al contrario de los pensadores del Iluminismo del siglo diecisiete, los científicos de hoy no consideran que las leyes naturales sean universales ni absolutas. Esas leyes describen de alguna manera lo que vemos en la naturaleza, pero no distan lo que debe ser.
PANTEÍSMO: ¿Y SI EL MUNDO ES DIOS?
Las religiones orientales son el asiento del pensamiento panteístico desde hace mucho tiempo, filosofía que está entrando a Occidente por medio del movimiento de la Nueva Era, bajo la forma de yoga, meditación, dietas macrobióticas y canalización. El enfoque central del panteísmo es que todo es Dios y Dios es todo. Además del hinduismo, taoísmo y algunas formas del budismo, el panteísmo es también el punto de vista de religiones occidentales como la «ciencia cristiana», unitarismo, cientología y la teosofía. Inclusive algunos de los primeros filósofos griegos eran panteístas, como ciertos pensadores europeos posteriores, G.W.F. Hegel y Benedict de Spinoza, entre ellos. Esta cosmovisión ha sido recientemente popularizada por las películas de la serie de
La guerra de las galaxias
.
Panteísmo: Al estilo de Hollywood
Irvin Kershner, director de la conocida película
El imperio contraataca
, dice: «Quiero poner un poco de zen aquí», refiriéndose al personaje llamado «el Yoda», al cual cataloga como «maestro del zen». George Lucas, otro cineasta dedicado a este tipo de películas, confesó que trataba de decir
en forma muy simple … que hay un Dios, y un lado bueno y uno malo. Uno tiene que elegir entre ellos, pero el mundo funciona mejor si se está en el lado bueno».
La guerra de las galaxias
enseña intencionalmente el siguiente mensaje religioso: Dios es una fuerza. Lo sabemos porque lo sentimos, la materia es nada, podemos usar la fuerza para liberarnos de la rabia, del miedo y la agresividad, y podemos acceder a la inmortalidad al ser absorbidos por la fuerza (como lo fue Obe Wan Kenobe, otro personaje de esas películas). «La gente puede gritar: “¡Entretenimiento! ¡Diversión!” hasta quedar cianóticos, pero el asunto es que las películas como
La guerra de las galaxias
se han vuelto sustitutos de pacotilla de los grandes mitos y rituales de la creencia, esperanza y redención, que solían moldear las culturas antes que llegara la sociedad secular de masas». (Citas de
Rolling Stone
, 24-07-1980, p. 37.
Time
, 25-05-1983, p. 68.
Newsweek
, 1-01-1979, p. 50.)
¿QUÉ CREEN LOS PANTEÍSTAS ACERCA DE DIOS?
Dios es, para el panteísta, el ser absoluto que une todas las cosas. Algunos dicen que simplemente trasciende la multiplicidad, otros que se manifiesta en muchas formas y aun otros que afirman que es una fuerza que permea todas las cosas. Sin embargo, todos concuerdan en que no es una persona sino un ser neutro. También, afirman que es tan diferente de todo lo que conocemos que no podemos saber nada sobre Él. Por ende, la razón no sirve para entender la verdadera realidad. Una escritura hindú dice:
«El ojo no lo ve, la lengua no lo expresa ni la mente lo entiende (al Brahman). Tampoco lo conocemos ni somos capaces de enseñarlo. Es diferente a lo conocido y … a lo desconocido. »Quien conoce verdaderamente al Brahman es aquel que se conoce a sí mismo, más allá de todo saber; el que piensa que sabe, no sabe. El ignorante piensa
que Brahman es cognoscible pero el sabio lo sabe trascendente a toda gnosis».
La condición para llegar a conocer algo de Dios (o el Tao) es darse cuenta de que la verdad se encuentra en las contradicciones (esto se llama el «Tao» o el camino, en el taoísmo). De modo que uno debe meditar para vaciar la mente de toda razón, y contemplar luego cuestiones como: «¿Qué sonido produce aplaudir con una sola mano?» Estas preguntas, que carecen de respuesta en sí, son concebidas para que la mente acepte que el ätman (el mundo, la multiplicidad, el mal, la ilusión) es Brahman (Dios, la unidad, el bien, la realidad). De ahí que Dios sea todo y todo sea Dios. El hombre existe para percatarse de que también es Dios.
Aunque la razón no lo reconozca, la esencia de Dios es que es mente. De ahí que no pueda haber existencia material ya que la mente es todo. (¿Qué es la mente? No materia. ¿Qué es materia? No importa.) Como lo expresa D.T. Suzuki: «Esta naturaleza [es decir, la naturaleza espiritual del hombre] es la mente y la mente es el buda y el buda es el camino y el camino es el zen». De igual manera el filósofo Plotino, del siglo III de la era cristiana, dijo que la primera emanación del absoluto era el
Nous
(mente, en latín), de donde Dios piensa acerca de sí mismo y toda la multiplicidad fluye de ahí.
¿QUÉ CREEN LOS PANTEÍSTAS EN CUANTO AL MUNDO?
El mundo no fue creado por Dios, sino que emana eternamente de Él. Los teístas dicen que Dios creó de la nada (
ex nihilo
), pero los panteístas afirman que Él saca el mundo de sí mismo (
ex Deo
). Por supuesto, algunos panteístas (como la mayoría de los hindúes y Mary Baker Eddy) dicen que el mundo realmente no existe en absoluto, sino que es ilusión (maya).
Para superar la ilusión de la materia, del dolor y del mal debemos aprender a creer que todo es Dios, incluso nosotros mismos, y la ilusión no tendrá más asidero en nosotros.
Dado que Dios no está más allá del mundo sino en el mundo, no puede haber milagros en cuanto a acontecimientos sobrenaturales. Puede haberlos supranormales, como la levitación, la profecía por canalización, las curaciones y la habilidad de tolerar el dolor (como caminar sobre brasas encendidas). Estas cosas no son, sin embargo, hechas por poder alguno fuera del universo, sino por gente que se da cuenta de su potencial divino y que usa el que las rodea por todas partes.
¿No hay diferencia?
El ya fallecido Francis Schaeffer narra esta anécdota con un panteísta: «Un día, en Cambridge, hablaba a un grupo de personas en la habitación de un joven estudiante sudafricano. Entre los que me escuchaban se encontraba un joven indio, de antecedentes sikhs pero de religión hindú. Empezó a decir cosas muy fuertes contra el cristianismo, pero sin entender los problemas de su propia creencia. Fue así que le dije: «¿Estoy en lo cierto al decir que, basado en su sistema, la crueldad y la bondad son, en definitiva, iguales, pues no hay diferencia intrínseca entre ellas?» El indio asintió … entonces, el estudiante sudafricano, en cuya habitación nos reuníamos, entendiendo claramente las repercusiones de lo que el sikh reconoció, tomó el recipiente con agua hirviendo, con la que iba a preparar té, y se paró con el recipiente en su mano poniéndolo encima de la cabeza del indio. El hombre lo miró y le preguntó qué iba a hacer, a lo que el sudafricano le dijo, con fría pero amable decisión: «No hay diferencia entre la crueldad y la bondad». Enseguida el indio se levantó y se fue» (Francis Schaeffer,
The God Who Is There
, InterVarsity Press, Downers Grove, IL, 1968, p. 101).
¿QUÉ CREEN LOS PANTEÍSTAS SOBRE EL MAL?
«Aquí también se encuentra … el punto cardinal de la Ciencia cristiana, la cual afirma que la materia y el mal (incluyendo el pecado, la enfermedad y la muerte) son irreales». Tal es el consenso del panteísmo. Si Dios es todo —y Dios es bueno— entonces nada malo debe existir en realidad. Después de todo, si existiera el mal, también sería Dios. Sin embargo, a un nivel superior, Dios está más allá del bien y del mal, que son opuestos lógicos y no pueden existir en el Absoluto. Muchas de las imágenes de Dios en el hinduismo son feas y malas para demostrar esta verdad. La diosa Kali, la destructora, es también el símbolo de la maternidad. Su ser es a la vez bueno y cruel, y al mismo tiempo no es ni buena ni cruel. Dios trasciende el mal y el bien.
¿QUÉ CREEN LOS PANTEÍSTAS RESPECTO A LOS VALORES?
Los escritos panteístas rebosan de apelaciones morales al bien y al autosacrificio. Sin embargo, esos conceptos se aplican solamente a los niveles inferiores de desarrollo y logro espiritual. Una vez que el iniciado supera esos niveles, su meta es lograr la unión con Dios y «no siente más preocupación por las leyes morales». Si va a ser como Dios, también deberá trascender el bien y el mal. La conducta ética es un medio para el desarrollo espiritual. La moralidad no tiene base absoluta.
Lo siguiente es una declaración típica acerca de los valores panteístas:
… Toda acción (de cualquier clase), puede ser un escalón al crecimiento espiritual, si se realiza con espíritu de desapego, bajo ciertas circunstancias y para ciertas personas. Todo bien y todo mal son relativos respecto del punto de crecimiento individual … Pero, en el sentido más alto, no puede haber ni bueno ni malo.
¿CÓMO DEBEMOS RESPONDER AL PANTEÍSMO?
El panteísmo exige la absoluta devoción de sus seguidores y proporciona una cosmovisión general de toda realidad. También destaca correctamente el hecho de que no podemos atribuirle a Dios las restricciones de nuestro lenguaje limitado. Sin embargo, la declaración básica del panteísmo lo anula.
Ética de la Nueva Era
La gran mayoría de los seguidores de la Nueva Era concuerdan con que bueno y malo no son conceptos que les preocupen ni les interesen mayormente, según la idea de que no hay opuestos en última instancia, pero ellos no son amorales. Al contrario, tienen muchos principios morales. Mark Satin señala cuatro principios éticos:
1.
Desarróllate a ti mismo.
2.
Trabaja con los recursos de la naturaleza.
3.
Confía en ti mismo, pero coopera.
4.
No seas violento.
Sin embargo, estos lineamientos no deben considerarse absolutos. Deben aplicarse en forma situacional, solo cuando se presente la oportunidad. Ellos hacen el bien porque quieren evitar el karma malo o la retribución indeseada. En definitiva, no hay bien ni mal. «La moralidad es imposible en estado espiritual» porque «si deseas algo para ti mismo, aun lineamientos o principios, ya te has separado del Uno (y además, todo es como debe ser). Todos los juicios de valor: bueno y malo, correcto e incorrecto, pertenecen a un nivel inferior de conciencia que desaparece cuando llegamos a ser uno con el Uno y todo con el Todo». (Todas las citas de Mark Satin,
New Age Politics
, A Delta Book, Nueva York, 1979, pp. 103, 104, 198).
Por ejemplo, proclamar que la razón no se aplica a la realidad final es también contraproducente. Afirmar: «La razón nada puede decirnos acerca de Dios», es una declaración racional (significa que es verdadera o falsa, pues esa es la esencia de toda lógica) o no lo es. En vista de ello, parece ser una declaración razonable que la razón no nos dé información acerca de Dios, salvo que precisamente lo hizo. Eso acaba de decirnos que no podemos usar la razón. De modo que tenemos que usar la razón para negar el uso de ella, lo que hace lógica una realidad inevitable. Si el panteísta evita esto diciendo que esa no era una declaración racional, entonces no tenemos por qué creerla ya que no pasa de ser una charla incoherente, como esas canciones sin sentido que entonan los niños de dos años.
Es más, los panteístas creen que hay una realidad absoluta e inmutable (Dios). También creen que podemos llegar a percatarnos de que somos Dios. Sin embargo, si llego a comprender algo, es que cambié. Pero Dios no puede cambiar. Por lo tanto, todo aquel que «llega a percatarse de que es Dios, ¡no lo es!» El Dios inmutable siempre supo que es Dios.
Además, debemos cuestionar por qué «la ilusión» de la materia nos parece tan real. Si la vida en un mundo material es un sueño de nuestra propia creación, ¿por qué tenemos esa pesadilla? ¿Por qué las relaciones físicas siguen produciendo niños? ¿Por qué los devotos de la Ciencia cristiana, que niegan la realidad de la materia y rechazan el dolor, siguen sufriendo y muriendo al dar a luz? (El Ministerio de Salud cerró la maternidad que tenían en Los Ángeles debido al alto número de muertes que ocurrían allí.) Aun los panteístas más devotos, que supuestamente han dominado la vida en el mundo, siguen viviendo con las limitaciones físicas como comer o moverse de un sitio a otro. Mark Twain señaló esta contradicción, del dicho al hecho, en su tratado sobre la Ciencia cristiana:
«¿Nada existe sino la mente?»
«Nada—respondió la doncella—.Todo lo demás carece de sustancia, todo lo demás es imaginario».
Le pasé un cheque imaginario y me entabló una demanda por dinero sustancioso. ¡Resulta incoherente!
La falta de fundamento moral en el panteísmo es completamente insatisfactoria. No solo lo deja a uno sin reglas ni guías para actuar, sino que, en realidad, fomenta la crueldad en aras de la expansión espiritual. Eso se advierte gráficamente en la tradicional falta de interés social en India. Si la gente sufre debido a su karma (la ley de causa y efecto que determina el destino, que no debe confundirse con la culpa moral), ayudar a la persona es obrar contra Dios. Esto le impediría al individuo cancelar su deuda kármica y demostraría que sigo atado al mundo más que indiferente a él. De ahí que sea mejor ignorar el sufrimiento que hacer algo por aliviarlo. La acción que trasciende lo bueno y lo malo iguala al mal con el bien.
PANENTEÍSMO: ¿Y SI EL MUNDO ES EL CUERPO DE DIOS?
El panenteísmo es la cosmovisión intermedia entre el panteísmo y el teísmo; también se le conoce como teología procesal. Afirma que Dios es al mundo lo que el alma al cuerpo. Como en el teísmo, el mundo necesita a Dios para existir, pero al igual que en el panteísmo, Dios también necesita al mundo para expresarse a sí mismo. Así que, aunque en un sentido Dios está más allá del mundo, en otro, Él también es el mundo. Lo que está más allá de nuestra esfera se hace sentir (concretándose a sí mismo) en el mundo. De modo que Dios siempre cambia como cambia el mundo. Él está en el proceso de llegar a ser todo lo que puede ser. Esta es una cosmovisión reciente desarrollada
por filósofos del siglo veinte, como Alfred North Whitehead, Charles Hartshorne, Schubert Ogden y otros, pero se basa en ideas señaladas por Platón. Ninguna religión importante suscribe el panenteísmo, pero actualmente es enseñado en algunos seminarios cristianos. El movimiento feminista lo respalda parcialmente y es usado por la teología liberacionista de los marxistas sudamericanos y sudafricanos.
PANTEÍSMO
PANENTEÍSMO
Dios es el universo
Dios está en el universo
Dios no es personal
Dios es personal
Dios es infinito
Dios es realmente finito
Dios es etemo
Dios es realmente temporal
Dios es inmutable
Dios es realmente mutable
Dios y las criaturas son idénticos
Dios y las criaturas no son idénticos
¿QUÉ CREEN LOS PANENTEÍSTAS ACERCA DE DIOS Y EL MUNDO?
Dios tiene dos polos: uno primordial, el cual es eterno, inmutable, ideal, que trasciende el mundo; y otro consecuente, temporal, cambiante, real e idéntico al mundo. La naturaleza primordial de Dios es su polo potencial: lo que Él puede ser; la consecuente es lo que Él realmente es en el momento. De manera que el mundo no es diferente de Dios, sino que es uno de Sus polos. El polo potencial habita el mundo tal como el alma mora en el cuerpo. Ahí se materializa. Así, el mundo es lo que, precisamente, Dios ha llegado a ser. Debido a eso, Dios nunca es realmente perfecto; solo está en proceso de perfección. Para llegar a ser «más» perfecto necesita nuestra ayuda, como escribió Hartshorne:
En su último estado concreto, Dios es «hecho» —o producido— conjuntamente por Él y el mundo, en estados independientes previos. No somos simplemente «cocreadores» con Dios del mundo sino, en último análisis, cocreadores con Él, de Él mismo.
El mundo crea a Dios justo como Él crea al mundo, como la gráfica de Maxwell Escher (que se ve en la página anterior), que muestra dos manos dibujándose una a otra. Dos polos en el mismo ser. El eterno dilema, pues ningún polo puede existir sin el otro en momento alguno; y el polo potencial, por ser infinito, nunca puede llegar a concretarse por completo en ámbito finito. De modo que Dios es «como era en el principio, es ahora y será siempre, mundo sin fin».
El pensamiento procesal y los evangélicos
El panenteísmo no es simplemente una discusión académica sin efectos en la gente común y corriente. Su influencia ya se siente en la comunidad cristiana. La Escuela de Teología Perkins de la Universidad Metodista del Sur —donde enseña Schubert Ogden— es adepta a la teología procesal, como lo es la Escuela de Teología Clairmont —donde enseñan John Cobb y David Griffin. Son varios los pensadores influyentes de la comunidad evangélica que han concluido que Dios no es eterno e infinito, sino perdurable en el tiempo; criterio publicado por Nicholas Wolterstorff, Clark Pinnock y Staniey Grenz. Aunque estos autores no han aceptado una cosmovisión completamente panenteísta, le han dado importantes concesiones al permitir que Dios cambie. Ya que si tiene algún potencial de cambio, no puede ser entonces el ser necesario de quien hablamos en el capítulo anterior.
¿QUÉ CREEN LOS PANENTEÍSTAS EN CUANTO AL MAL?
Debido a las limitaciones de Su polo real, Dios no es omnipotente sino que dirige al mundo solo mediante Su influencia. Pero no todo el mundo reconoce o está controlado por Su influencia, de modo que existe el mal. Dios no puede controlarlo, ni garantizar que alguna vez lo eliminará. Sin embargo, creen que el mal abre nuevas posibilidades para que Dios se autorealice, presentando nuevas oportunidades para crecer y llegar a ser perfecto, de modo que el mal no es necesariamente indeseable. Hay algunos aspectos en los cuales Dios no quiere eliminar el mal.
¿QUÉ CREEN LOS PANENTEÍSTAS ACERCA DE LOS VALORES?
Al igual que los teístas, los pensadores procesales sostienen que los valores se arraigan en la naturaleza de Dios, pero como ella es diferente en ambas cosmovisiones, también difiere la naturaleza de sus valores. Puesto que Dios cambia constantemente, también cambian los valores. Puede haber cierto ideal del bien en la naturaleza primordial de Dios, pero lo que debe interesarnos es crear belleza en nuestras vidas en el mundo real, sin referirla a algún imaginario estado futuro de las cosas. Nunca esperemos crear perfección, al contrario esforcémonos en hacer más bien. Es entonces cuando los valores se definen solo en términos generales, por ejemplo: estética, cuyo uso es muy frecuente. Como escribe Hartshorne: «El único bien que es intrínsecamente bueno, bueno en sí mismo, es la buena experiencia; y su criterio es la estética. La armonía y la intensidad tratan de resumirla …
ser ético es procurar la optimización estética de la experiencia para la comunidad
». Con esta norma, evitamos las disputas y el aburrimiento tanto en la comunidad como en nosotros mismos. La amabilidad conduce a la belleza y la armonía, mientras que la crueldad a la fealdad y la
discordia. La preocupación produce intensidad, y su opuesto es la apatía. Todas las normas morales deben derivarse de estos principios y adaptar su influencia para mejorar la experiencia presente.
TEÍSMO
PANENTEÍSMO
Dios es el creador del mundo
Dios es el director del mundo
El mundo es diferente de Dios
El mundo es lo mismo que el cuerpo de Dios
Dios gobierna el mundo
Dios coopera con el mundo
Dios es independiente del mundo
Dios es interdependiente con el mundo
Dios es inmutable
Dios está cambiando continuamente
Dios es absolutamente perfecto
Dios es constantemente perfeccionado
Dios es infinito y eterno
Dios es efectivamente finito y temporal
Dios es absolutamente uno
Dios tiene dos polos
¿CÓMO DEBEMOS RESPONDER AL PANENTEÍSMO?
El panenteísmo ve a Dios en íntima relación con el mundo; capaz de incorporar a su sistema el pensamiento científico moderno con toda facilidad. Uno debe plantearse con sencillez, cómo empezó a formarse todo el sistema; algo así como: «¿Qué fue primero: el huevo o la gallina?» Si el polo potencial vino antes que el real, ¿cómo se materializó alguna vez? El polo real no pudo haber venido primero porque no tenía potencial para llegar a ser. Los panenteístas dirían que siempre existieron juntos, pero entonces tenemos que encarar el hecho de que el tiempo no puede retrotraerse infinitamente al pasado.
La única respuesta sería que algo más creó la esfera completa. Se precisó un creador tras el proceso, como Maxwell Escher al trazar las manos que se dibujan eternamente una a otra. Se necesitó un Dios trascendente para crear una gallina que pusiera huevos. Además, ¿cómo se puede saber que todo está cambiando si no hay un parámetro inmutable para medir el cambio? Debido a que nos movemos junto con la tierra, no nos percatamos de que el planeta rota sobre su eje ni que gira en torno al sol.
Parece que estuviéramos quietos. Lo mismo pasa si lanzamos al aire una pelota, en línea recta ascendente, dentro de un
avión. No notamos que la pelota va viajando, en realidad, a unos ochocientos kilómetros por hora, porque nos vamos moviendo a la misma velocidad. Solo estamos seguros de que algo se mueve cuando lo medimos por algo que no se mueve. Así que, ¿cómo sabremos que todo cambia sin mirar algo que no cambia? El panenteísmo carece de explicaciones porque sostiene que aun Dios cambia constantemente.
DEÍSMO FINITO: ¿Y SI DIOS NO ES TODOPODEROSO?
El panenteísmo no es la única cosmovisión que sostiene que Dios está sujeto a limitaciones. El deísmo finito afirma que Dios se parece mucho al Dios cristiano, salvo que no es perfecto: Dios es limitado en poder y naturaleza. Esta cosmovisión ha sido sostenida por muchos desde Platón a la fecha, pero nunca fue adoptada por una religión en particular, aunque recientemente Rabbi Kushner la popularizó con su libro
When Bad Things Happen to Good People
[Cuando a los buenos les ocurre lo malo]. A causa de la muerte
prematura de su hijo, este autor concluyó que «Dios quiere que el justo lleve una vida pacífica y feliz pero, a veces, no puede hacerlo … hay algunas cosas que están fuera del control de Dios».
POLITEÍSMO ANTIGUO
El siguiente cuadro muestra las similitudes de los dioses de tres culturas diferentes. Los romanos sencillamente adaptaron la mitología griega; los dioses noruegos fueron inventados de modo independiente y no equivalen a los otros. Es interesarte notar que cada uno tiene un padre, una madre y un hijo preferido que encama los ideales de su cultura.
Ámbito
Griego
Romano
Noruego
Dios Padre
Zeus
Júpiter
Odin
Mabre
Hera
Juno
Frigga
Luz, verdad
Apolo
Apolo
Balder
Caza,
Artemisa
Diana
Freyer
cosechas
Afrodita
Venus
Freya
Belleza,
Hermes
Mercurio
Hámdall
amor
Poseidón
Neptuno
…
Mensajero
Ares
Marte
Tyr
Mar
Guena
¿QUÉ CREE EL DEÍSMO FINITO ACERCA DE DIOS?
Concuerdan básicamente con los teístas en que Dios está más allá del mundo al cual ha creado. No pueden afirmar que Él es perfecto o infinito en poder y naturaleza. Los deístas finitos argumentan que el universo finito solo necesita una causa finita y que la imperfección del universo exige una fuente imperfecta.
¿QUÉ CREEN LOS DEÍSTAS FINITOS SOBRE EL MUNDO?
Creen que fue creado por Dios, de la nada o de alguna materia preexistente. Sin embargo, no creen que el diseño del mundo sea perfecto. La naturaleza parece tener violentas alteraciones críticas como los volcanes, los tornados y los terremotos. Estos son males naturales que Dios, evidentemente, no pudo quitar del sistema. La mayoría de los deístas finitos no creen que Dios obre milagros.
¿QUÉ CREEN LOS DEÍSTAS FINITOS RESPECTO AL MAL?
La existencia del mal es la razón principal de esta cosmovisión. El rechazo panteísta a la realidad del mal les repugna, y la explicación de Leibniz de que este es el mejor de todos los mundos posibles, los ha llevado a la conclusión de que: «Si este es el mejor de todos los mundos posibles, Él debe tener varios problemas reales». Como lo expresa Peter Bertocci:
Si Dios es omnipotente y, por lo tanto, creador de tanto mal, ¿cómo puede ser bueno? O si es bueno y no concibió el mal, ¿puede ser omnipotente en el sentido definido? ¿No será que hay algo fuera del control de su buena voluntad que es la fuente del mal del mundo?
Es la única manera en que entienden el mal: que Dios no puede controlarlo.
¿QUÉ CREEN LOS DEÍSTAS FINITOS SOBRE LOS VALORES?
No hay consenso acerca de este tema en sus escritos. Platón creía en los valores intrínsecos y la moral absoluta. William James file el padre del pragmatismo norteamericano y, para él, cualquier cosa conveniente estaba bien. No hay conexión necesaria entre los valores y esta manera de ver a Dios porque Él puede, o no, haber establecido el orden moral. Es decir, establecer el orden moral puede o no estar dentro de sus limitaciones.
¿CÓMO DEBEMOS RESPONDER AL DEÍSMO FINITO?
Esta cosmovisión ve el mal de manera muy realista, y plantea una pregunta muy buena: «¿Cómo puede reconciliarse la presencia del mal con la existencia de un Dios todopoderoso y todo amor?» Sin embargo, al igual que cualquier otra cosa finita, un Dios finito necesita una causa. Además, un Dios imperfecto no es digno de ser adorado ni venerado.
No obstante, el Dios perfecto e infinito no tiene estos problemas y es capaz de vencer el mal puesto que tiene tanto el deseo como la habilidad para hacerlo (véase capítulo
cuatro
para una discusión completa).
POLITEÍSMO: ¿Y SI HAY MUCHOS DIOSES?
El politeísmo afirma que hay muchos dioses finitos que imperan en reinos separados del universo. Los dioses de la antigua Grecia, Roma y Noruega son buenos ejemplos de esta cosmovisión. Cada dios tenía un cierto dominio y era adorado como supremo solo en ese aspecto. Por ejemplo, Poseidón era el dios griego del
mar; la persona oraba a él para navegar seguro. Pero para triunfar en la guerra debían orar a Ares. El politeísmo no se confina a la antigüedad. David L. Miller, profesor de religión en la Universidad de Siracusa, Estados Unidos, dice que Occidente ya no busca un solo principio de unidad y que «la muerte de Dios ha dado lugar al nacimiento de los dioses». Y cita el interés creciente por las antiguas tradiciones politeístas, lo que algunos llaman neopaganismo. Uno de esos grupos, en Breckenridge, Texas, configuró su adoración conforme al panteón de los dioses escandinavos que aparecieron en la película
The Vikings
, de 1959, donde actuaba Kirk Douglas. La religión politeísta más grande y de mayor crecimiento en los Estados Unidos de Norteamérica hoy es el mormonismo. Aunque su aparato de relaciones públicas quiere hacernos creer que son solo otra denominación cristiana, su doctrina dice algo diferente:
¡Dios mismo fue una vez como nosotros; es un hombre exaltado y entronizado en los cielos y más allá! … Entonces, aquí es la vida eterna —conoce al verdadero, único y sabio Dios; y aprende cómo ser dios tú mismo … igual que hicieron todos los dioses antes que tú.
¿QUÉ CREEN LOS POLITEÍSTAS ACERCA DE DIOS?
Los politeístas rechazan la idea de un solo Dios que gobierna sobre todas las cosas y, en cambio, se enfocan en la multiplicidad y el caos del mundo para demostrar que hay muchos dioses con planes a veces, discordantes. Algunos politeístas dicen que los dioses surgen de la naturaleza, otros que fueron, una vez; hombres. Los mormones plantean una regresión infinita de dioses que engendran dioses, de modo que todos ellos son «espíritus hijos de un padre eterno» y «descendencia de una madre eterna», pero sin primera causa de existencia. Todos los dioses tienen un comienzo pero no tienen fin. En el caso de las deidades antiguas, sus conductas no siempre son propias
de sus estados exaltados, pues es característico verlos peleando, vengándose y engañando tanto a dioses como a hombres.
¿QUÉ CREEN LOS POLITEÍSTAS ACERCA DEL MUNDO?
Según ellos, el universo es eterno o hecho de materia eterna. El
Libro de Abraham
, una obra mormona, dice: «Y entonces dijo el Señor: Descendamos. Y descendieron al comienzo y ellos, esto es, los dioses, organizaron y formaron los cielos y la tierra»(4.1) Al material utilizado para formar la tierra, Joseph Smith lo llamó
elemento
, cierta materia caótica que «no tuvo principio ni puede tener fin». La naturaleza puede ser considerada como poseedora de principios vitales, los cuales explican por qué le es posible haber dado nacimiento a los dioses (por ejemplo: Afrodita, que surge de la espuma del mar). Pero este principio vivificante también explica el caos de la naturaleza, puesto que las diferentes fuerzas pelean entre sí.
¿QUÉ CREEN LOS POLITEÍSTAS RESPECTO AL MAL?
El mal es parte necesaria de la naturaleza. Los griegos vieron el mal en la primera lucha por el poder entre los dioses, lo que resultó en la creación de modo que el mundo fue una mezcla del bien y del mal desde el comienzo. El mormonismo afirma que el mal es necesario para el progreso y la existencia de todo, pues sin oposición no hay desafío qué superar en las opciones morales.
¿QUÉ CREEN LOS POLITEÍSTAS EN CUANTO A LOS VALORES?
Algunos dicen que las leyes morales son dadas por los dioses y que ellos castigan a quienes las transgreden. Otros afirman que la idea de leyes absolutas proviene del monoteísmo y es ajena a su sistema orientado a muchos dioses; Estos, como David Miller, prefieren una ética relativista. Los valores no pueden ser absolutos,
dice, porque «la verdad y la falsedad, la vida y la muerte, la belleza y la fealdad, el bien y el mal están entretejidos para siempre en forma inextricable». En todo caso, la motivación principal para hacer el bien es el interés propio.
¿CÓMO DEBEMOS RESPONDER AL POLITEÍSMO?
La multiplicidad del mundo y sus fuerzas destacadas por el politeísmo son muy reales; se han desarrollado algunas imágenes y expresiones maravillosas de las luchas humanas contra estas fuerzas. Pese a todo, el politeísmo se afirma en sus propios principios. Si los dioses no son eternos, sino que vienen de la naturaleza, entonces no son trascendentes. ¿Por qué adorar algo que no es trascendente? Sería mejor adorar a la naturaleza misma que dio nacimiento a los dioses; sin embargo, eso sería panteísmo (el hinduismo es, en realidad, una religión politeísta que reconoce la unidad definitiva y trascendente a todos los dioses). También se plantea el problema de la noción del universo eterno.
La prueba del comienzo del universo se trata en los capítulos dos y diez. Por último, resulta cuestionable la naturaleza antropomórfica de los dioses politeístas. Debemos esperar cierto parecido entre Dios y el hombre, pero ¿debemos también imponerle la imperfección humana a Dios? Esto disminuiría Su valor y lo juzgaría indigno de ser adorado. Este aspecto hace que los dioses parezcan demasiado hechos a la imagen del hombre.
Estas seis cosmovisiones representan seis maneras diferentes de considerar la realidad. Para sus adherentes, son un filtro por el cual interpretan todo lo que los rodea. Al igual que la persona que usa anteojos con vidrios pintados de rosado verá todo color de rosa, todo lo que vemos está coloreado por nuestra cosmovisión.
Mostramos algunas razones para rechazar cada una de las seis cosmovisiones , pero eso no hace que el cristianismo sea verdadero por deficiencia.
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